Georg Cantor nos mostró que la infinitud es sólo un ínfimo atisbo preliminar, respecto de la transfinita realidad de mundos sobre mundos, dentro de universos, inscritos dentro de inacabables multiversos, revelables aquí y ahora, en este instante exacto e ínfimo de nuestras irrepetibles y sagradas vidas humanas, atrapadas en la sucesión de segundos estancos e irrepetibles, en pos de borgeanos alephs, dentro de los cuales mucho y nada se unen, se aparean y engendran el abrazo de las eras, los tiempos, los momentos y los sucesos de un vendaval atolondrado de silencios y tronaduras eternas, de totalidades vastas, enroscadas en la mirada sobre el reflejo de los cielos, contenidos en la gota prístina de un agua viajera en sus volàtiles moléculas, reunidas de una vez, por todas y para siempre, en una sola mañana, de una sola hoja de un solo árbol, germinado en un despeñadero agreste, al borde de su propia y trascendida transformación permanente.
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