miércoles, 4 de mayo de 2016

TODO REGRESA SIEMPRE HACIA EL GRAN BENEFACTOR IRREFUTABLE

Todo esplendor de toda civilización tiende al vástago residual, al pormenor privilegiado, al remanente de riqueza reservada a la casta, ya sea política o dinástica.
Luego pasan los milenios y quedamos encandilados por todos esos excesos abusivos, diseñados para satisfacer egos y aspiraciones de trascendencia; cúpulas, sepulcros, ejes viales aporticados, arcos triunfales, lagos coronados por exquisitas glorietas íntimas y múltiples, jardines infinitos, canales entre llanuras resecas, navíos dorados, ciudades rodeadas de ciudadelas en cuyo centro se engasta una suerte de aldea magna y protegida, anfiteatros, columnatas en espiral, capiteles áureos, frisos épicos, bulevares triunfales, joyas superlativas, legiones de consortes subordinadas, carruajes inoperantes en su boato, enciclopedias pauteadas hasta en sus más mínimos detalles promotores y miles de ofensas a la sobriedad, vueltas ejemplos de grandezas idas. Siempre tendientes al margen superior, a la casta avispada, al hijo del hijo del nieto de la amante predilecta. Una mezcla selecta de múltiples vértigos, constelados de ansias de poder, egocentrismo, altruismo deforme, ansias de notoriedad y placer retorcido, desplegado en diversas y personales afinidades atractivas y turbias vueltas instrucciones fundadoras y estratégicamente dirigidas a un desarrollo que se muerde la cola, en pos de un eterno retorno a las propias arcas privadas del gestor, auto erigido como el Gran Benefactor Irrefutable

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