[©SmcArq] Johannes Vermeer (1632-1675) fue uno de los más grandes pintores posteriores al renacimiento; lo descubrí en la Universidad (mil novecientos ochenta y seis para ser más exactos), para un trabajo acerca de la percepción de la luz. Recuerdo que concluí de revisar sus cuadros, en comparación con los de Rembrandt Van Rijn entre otros, que lo prodigioso de su obra radica en la capacidad de atrapar la luz por medio del color, sin pátinas homogeneizantes como patrón de acción pictórica; tal como lo hace la naturaleza dentro de nuestros ojos, que no tiñe nada para crear las sombras, las luces, los contrastes. Miguel Ángel era otro caso muy distinto me acuerdo; que recogía la luz por medio de las formas.
Es portentoso lo que logra Vermeer con su trabajo, pues los colores son tan autónomos y ensimismados que en general no es posible establecer familiaridades tonales o genéricas (tonos pastel, tonos tierra, ocre, etc) para entender el impacto de la luz, que en sus pinturas logra la unidad; esta es la cosa; contradictorio logro por cuanto ataca la parte como universos dispersos, pero estos confluyen en la retina como la visión del acontecimiento pintado, ya sea por medio de La Joven de la Perla o de otros cuadros tanto o más logrados, como el de la mujer vertiendo leche desde una jarra. En contraste Rembrandt Van Rijn (“Rembrandt” para los amigos) acomete inversamente el fenómeno luminoso; así como Vermeer pero al revés me atrevería a decir, pues otorga pátina homogeneizante, cosa que no le quita mérito, por cuanto hay otros factores en este otro inmenso pintor, que colaboran a establecer la inmensa calidad de sus telas, como por ejemplo la disparidad sicológica que logra en sus personajes, los que son parte de la composición, haciéndose el acontecimiento pintado una sola cosa con el logro cromático, los habitantes de las pinturas constituyen afirmaciones semánticas desde la capacidad de conformar el temple y la actitud por medio del pincel, además de la dinámica de los mismos, en fin.
Con todo lo anteriormente dicho, y entrando en la Película, no obstante ser la música central de “La Joven de la Perla” una suerte de grato y hermoso balancín cadencioso que nos lleva por las ficciones de pasión que podrían haber rodeado un tiempo en la vida de Vermeer, durante el cual pintó su (por lo que veo) famoso cuadro de la muchacha ataviada, me resulta demasiado pictórico el Filme, al extremo que se entiende, de verlo, que es la producción integral la autora de un efecto figurativo tan pretencioso, que uno piensa que la historia que se cuenta es un excelente pretexto para dar a conocer un producto comercial para consumidores refinados o en proceso de refinación, que se puedan sentir halagados al ver una Película que entienden y que a la vez se sienten concientes (y se enorgullecen) de darse cuenta que se basa en semejante portento de artista de la Holanda floreciente de Huygens (el astrónomo, su contemporáneo).
Entonces no arribo al puerto de la unidad plena y del equilibrio, pues la historia no es potente, hablamos de un simple romance prohibido sin aristas (y medio lánguido y maltratado, pues esta joven mandadera hija de unos padres arruinados, ni siquiera alcanza a ser una Cenicienta desde ningún punto de vista), o por lo menos no lo es lo suficiente la relación como para dejar de ser servil a los fines. Puros suspiros y maltratos; ¡pobrecita Joven de la Perla! Y Johannes, un sometido endeble y atrapado. ¡Lindo mosaico de personajes!; ¡ninguno da la talla!, así que no me pregunten por la suegra o por la esposa; par de harpías cada una en su clase, ¡y la hija!.
Pictórico Filme que pretende sorprender e impresionar con “la Belleza” en sí, así como una vanidosa persona, que hace de su cuerpo su obra y su fin. Entonces la gente dirá que la Película es preciosa; …”una fotografía que te deja con los pelos de punta, niña”.
Debo decir que me entretuvo mucho y me encantó la fotografía (magistral en todo caso, ¡qué les apuesto que una de las tres nominaciones a los Oscar fue por la fotografía!; para qué hablar de los vestuarios y la ambientación; son perfectas; barrocas en su despliegue de detalles; yo creo que un holandés de ese tiempo se sentiría superado por los ambientes; superlativos, manieristas, iluminados con la mano del mismísimo pintor (¡no!; ¡si todo es un bodegón!, y si no es naturaleza muerta, o si no simplemente una escena recogida o inspirada de instantes de otros cuadros de la época), si no me creen observen la comida donde presentan un cuadro pintado preferentemente con amarillo de la india; ¡ah fotografía moderna! que pudiste alcanzar a la pintura que transformaste a fines del siglo XIX). Y la historia; …la seguí con interés, pero creo que no es el punto, pues cuando se capta la intensión del truco, todo se desvanece, así como cuando uno se entera de la fiesta sorpresa que le tienen preparada.
Recordemos comparativamente a Barry Lindon de Stanley Kubrik, por cierto que la fotografía es increíblemente adecuada (y tan magistral acaso, pero no creo que tanto, porque en este caso que comentamos, la verdad, es una delikatessen), pero a los fines, no al efecto en sí, disfrazado, pero celada al fin y al cabo (todos cazados sin darnos cuenta). Kubrik no dejaba detalle; manejaba el oleaje rizado de la superficie y el relieve del fondo de la fosa submarina del vasto océano de sus empecinadas y perfectas creaciones.
Buen intento en todo caso, pero la producción se lleva por delante al Director, el cual nunca la alcanza.
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