[De mi antigua bitácora. Fecha original de Publicación 2 de Abril de 2007]
Introducción:
[©SmcArq] (Barroco: el barroco es más que una suerte de lapso apresado en los finales del siglo XVI y los inicios del siglo XVIII. Más que una época, es una condición del espíritu (Santiago Aguirre Del Canto me lo dijo en 1991); “encontramos barroco en el arte precolombino inclusive (en los mayas por ejemplo), en la China, y en diversos siglos, épocas y eras de la historia y la prehistoria”)
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La biografía de Giovanni Antonio Canal (1697-1768), arroja algunos aspectos básicos de lo que fuera el motor generador de sus pinturas; al parecer pintaba para vender sus obras a los turistas adinerados, de Inglaterra especialmente, y dentro de su ocupación fueron muchas sus obras, en su Venecia natal preferentemente o en otro país esporádicamente. Su padre fue escenógrafo y, desde ese oficio, enseñó a su hijo las técnicas de la perspectiva desarrollada hacía unos doscientos cincuenta años aproximadamente.
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Cuando titulamos preliminarmente este escrito con el adjetivo que alude a la esbeltez, quisimos dar a entender que, claro, hay muchas cosas que confluyen a la calidad de la obra de este autor, pero hay algo más que no es lo uno ni lo otro, y que no es como en Picasso, en el cual es cosa de detonar el concepto en cada cual, para darse a la luz de la contemplación de su obra, carente de patrones repetitivos (o así se entiende por lo menos), en pos de su perpetua búsqueda personal.
Canaletto asumió un poder de síntesis que fue permanente en su trabajo, al parecer bastante “oficial” y no volcado a la investigación explícita.
Todo en él es forma definitiva; todo en él es elegancia y completitud plena, ante la cual el espectador se hace a la navegación de un canal de aguas vectorialmente simples en su rumbo y sentido (por decirlo metafóricamente); casi dan ganas de decirle a los gondoleros “remen”; “otorguen movimiento” a esta suerte de postal “en el límite de la quietud”, como si todo en los cuadros Venecianos de Canaletto fuera “instante al pasar” de una vida plenamente desarrollada; como que uno le cree al autor cuando mira aquello expuesto y se dice “claro, debe haber sido así toda la vida pujante del barroco veneciano, por cuanto las construcciones se fugan (y esto convence) con la serenidad de un cuerpo completamente desarrollado bajo una ley subordinada al ángulo de apertura focal exacto, para lograr el paso de la realidad a la tela sin sobresaltos”.
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Recordemos que es libre la elección del cono de percepción que se puede presentar en una pintura figurativa, de manera tal que podemos cerrarlo a sesenta y cinco o abrirlo a casi ciento veinte grados sexagesimales, y nada nos detendrá para decirnos que nos encontramos transgrediendo alguna ley tan precisa como la de Newton, que señala que “los cuerpos se atraen recíprocamente con una fuerza que varía inversamente al cuadrado de la distancia entre ellos” (por aludir a alguna ley precisa y grandilocuente).
En la representación fugada se elige libremente la amplitud necesaria, para sentir que se está logrando el efecto deseado de preponderancia de los elementos en el espacio, y a su vez ante quien los percibe. Entonces podremos decir que Canaletto tuvo la destreza para seleccionar las amplitudes que dieron a sus partes incorporadas, la sensación de totalidad abstractamente recogida de todo el universo de multiplicidades. Y esto es sumamente elemental; hoy por hoy se diseñan los edificios como si se los estuviera construyendo; ya no se tiende al “bordado” de dibujos artesanalmente expresados por la técnica que las normas ISO manifiesten al respecto, y entonces cuando regeneramos cientos de veces los espacios que modelamos tridimensionalmente, para revisar los criterios aplicados, elegimos la amplitud o estrechez del campo visual, para ver lo que en la “realidad” percibimos (es desde esta experiencia que analizo la perspectiva y la amplitud del cono visual en Canaletto), atendiendo a que si se fijan bien (y si tiene usted un campo visual estadísticamente normal) podrá, percibir con el rabillo de sus ojos casi los ciento ochenta grados sexagesimales de amplitud, cosa que si es llevada a una tela no podría ser aceptada como “fracción” de realidad, a no ser que la tela fuera curva, o más precisamente fuera parte de una fracción de una esfera “radiada” desde el punto de vista del espectador.
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Lo que vemos, en el fondo, podría ser “una puesta en escena veneciana, para los ojos no experimentados recién llegados”, pero siempre me dan ganas de decir que la Venecia de Giovanni Canal es otra que la que podríamos haber visto, pues más allá de la destreza en la elección precisa del cono visual, y de cómo esta se compenetra e interactúa con el desarrollo de los espacios esencialmente fugados, la obra de este autor es Plena; ante ella nos encontramos como desnudos frente a una manifestación de la luz, el colorido, la unión de la nube con la más discreta farola, y la concurrencia de lo lejano con el más próximo “detalle” en una sola mirada.
Canaletto, cuando pintaba ( y si es que lo hacía solo o con ayuda en las rutinas), efectuaba siempre la misma puesta en escena de una sola observación arquitectónicamente cierta y subjetiva: esto tiene que ser así; estoy casi seguro. Los mejores croquis (dibujos a mano alzada fluidos y cargados de intencionalidad creativa) de las mejores observaciones que pude ver durante mis siete años de estudio en la escuela de arquitectura, siempre fueron elocuentes en su “abstracción arraigada en lo objetivamente percibido” por sí, casi sin palabras, por muy simples que fueran. Entonces podré decir que las pinturas venecianas de Canaletto funciona de igual manera (tan vibrantes en su manifestación de la “visión” de lo que se quiere recoger del espacio arquitectónico o urbano), pero a la inversa en su abstracción, o resta de elementos “que no confluyen” a la esencia de lo observado. Es como si el prodigio de estos cuadros radicara en que, no obstante la multiplicidad de cosas recogidas, persiste “El Orden” que es superior al “Inventario Pictórico” de cada tela.
Podría ser que “lo barroco” (si es que se ha de forzar el concepto) en Giovanni Antonio Canal podría ser la mantención del universo de elementos espacialmente apreciables, por sobre la abstracción potencial de los mismos.
Así todo se me ilumina como “vivo”; como diestro; como plenamente expuesto y traído a la escena del drama de la construcción del espacio por parte de quien ve. Turísticamente hablando, los cuadros de nuestro veneciano podrían haber sido una “postal” propiamente tal, a la manera “como podría haber sido contemplada por usted si hubiese tenido la capacidad de múltiple percepción que tiene quien pintó”, pero que “ahora que ya está pintado, fácilmente retiene en su memoria lo expuesto”.
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Cuando niño vi por primera vez un cuadro de este veneciano, y nunca pude olvidar la vibrante capacidad de “estarse las cosas quietas, pero en el umbral del movimiento” en el reconocible contexto de esplendor urbano-fluvial.
Cinematográficamente (ahora que ya existe el cine) podremos hablar de fotogramas representados en colores serenos y de mixtura casi imperceptiblemente apastelada, profundidades y amplitudes perfectas para una puesta en marcha de las escenas iniciales, que delatan locaciones reconocibles con solo mirarlas una vez y de inmediato.
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Canalletto encarna la representación del universo total de elementos espaciales, en el umbral del fragor arquitectónico y urbano.
Todo es movimiento potencial. Todo es cielo y tierra amarrados en la paz del pulso cotidiano, pero como colores sutiles y elegantemente dispuestos, para no “expresar” cromáticamente y dejar a la profundidad del cono visual hacer su parte dentro del concierto creativo.
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La pintura veneciana de la que hablamos es, en definitiva la expresión pictórica de la elegancia, en la medida en que todo “casi se retira” para dejar a “su otro” factor actuar dentro de la serenidad del pulso interno del cuadro, como circuito de contemplación.
Barrocamente hablando, es el más sereno artista que he conocido, el cual, sin renunciar al fragor de lo múltiple (Bach, Vivaldi, Le Nôtre, Bernini, Rembrandt), logra retener al mundo en la manifestación perceptible de elegancia, plenitud, riqueza y austeridad en la acaso desgranada “explosión de generatrices espaciales, subordinadas a la idea matriz”.
Canalletto es el sentimiento “en la punta de la lengua”, encubierto de registro severo y austero.
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Como Frida Kahlo, que se vuelve realista en el colmo de la surrealidad, así nuestro pintor se vuelve clásico, en el fragor de su síntesis pictórica.
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No puedo dejar de recordar a Le Corbusier, cuando proyecta la Capilla de Ronchamp; en ella “se desdice” magistralmente, para retener su libertad.
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¿Cuál será la libertad que buscaba Canaletto
en su “inversión del empeño de lo múltiple”
al punto de detentar la ley de lo visto
ante la cual se justifican los detalles innumerables?
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