jueves, 22 de octubre de 2009

El acto en la arquitectura; Gaudí desde aquel acontecimiento; más dudas que certezas al respecto

ectonico[©SmcArq] (texto iniciado el 6 de Abril de 2007 y publicado parcialmente en http://smcarq.bitacoras.com/archivos/2007/04/09/el-acto-en-la-arquitectura)

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Según lo aprendido, la arquitectura dista de sus partes, como la parte dista de su materia conformadora. Me explico; una diagonal estructural que soporta un voladizo, puede contener una cierta figura particular, y esta figura es más que la materia que la sostiene, como mayor será la joya a los materiales intrínsecos que la hacen existir.

Con lo anterior queremos decir que se manifestará la plenitud de la arquitectura, en la medida en que se retire la parcialidad como protagonista “descontextualizada”, para que surja lo más permanentemente posible, aquella Presencia de todo en pos de dar espacio a lo que ocurra en virtud de ella y no para ella.

La arquitectura es la matriz y su vaciado.

El vaciado de la arquitectura es lo que ocurre en su interior o en sus bordes a partir de ella.

Lo que en ella o desde ella ocurra, fruto de su Forma, se le puede denominar “Acto”


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Gaudí por cierto que esculpió sus fachadas, troneras, molduras y sotabancos, pero no es en eso que Gaudí se juega su carta mayor, pues es en función del ritmo de recorrido y detención de sus obras que este genio alcanza su mayor capacidad. ¿Quien es uno para juzgarlo?; pues uno es quien habita sus obras (o potencialmente lo hará), y percibe que la anunciación de sus detalles son en función de la presencia de aquella edificación que subyace en la ciudad o el campo, como lo hace el animal herido o el árbol retorcido, para su mayor persistencia, y desde ahí que estarse en ella, en la creatura arquitectónica, es como torcer la anti-cadencia de la perpendicularidad, en una suerte de arrojo al contenedor natural de los espacios, fruto de la función desligada de todo artificio humano. La arquitectura de Gaudí es sobrehumana, en la medida en que tuerce la cadencia civilizada del rasgo de la recta y la conocida generatriz espontánea del hombre, para sumergir al habitante en miradas curvadas y florecimientos superiores que persisten con o sin el ser humano. Gaudí acapara la naturaleza y la distrae hacia el hombre, para establecer el nexo definitivo del tránsito natural del hombre “artificiado” en sus maquinarias y distanciamientos urbanos. No sería adecuado hablar de urbe o de naturaleza con Gaudí, pues ambas se compenetran y establecen la nueva realidad sobrenatural del hombre.
¿Será que Gaudí pontifica los secretos de un camino humano hacia el mundo, que no separen al hombre ni lo erijan como su rey?. Suena casi banal hablar de una ecología gaudiana sostenida en la libre catenaria invertida de sus arcos naturales, en los senderos que surjan más a la regla de la huella, que a la regla del proyecto. Y entonces no es casualidad el allegarse a la permanente condena de estarse ante el inverso logro de la obra esplendorosa, pues Gaudí deja al hombre ante su naturaleza distante, al detonar la profusa marca de la infinita moldura y la torsión de la piedra detonada.
Cuando Gaudí figura la serpiente en la solera superior del muro callejero, transfigura el ritmo del ojo que camina en la levitación natural del monte que se retrae a la ciudad para que el hombre persista en su otro ritmo abandonado, en pos de la explanada y el zócalo reglado.

Y aún no vamos al Acto en sí, que, como lo aprendí cuando joven, es esplendor de la actividad humana, contenida en el espacio que surge de la forma retirada.

La arquitectura es la matriz y su vaciado, pero su vaciado es ausente y su desarrollo abstracto.


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Nada más abstracto que el espacio, en la realidad concreta; nada más abandonado de presencia que la ausencia de la forma, moldeando la regla para en ella libertar al habitante.

(Por cierto que hablo poéticamente; es solamente a través de la poesía que la palabra detona y se abre hacia el secreto de las cosas, así que si no comprendes no sigas en ello, y abre tu corazón).


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El Acto arquitectónico es la llave que abre la puerta al conocimiento de las formas en el espacio, destinadas a dar cabida al hombre y su vida completa.

Pero el Acto no es una escena particular, ni es una puesta en escena; la arquitectura no es escenográfica..

El Acto tampoco es la sumatoria ni sucesión de escenas particulares, que llevarán a cabo los habitantes, sintiéndose en posesión de la forma que los contiene, así como en conocimiento pertinaz de la obra que pretenden poseer.

El Acto es la Forma en sí de la arquitectura, que no deben confundir con la forma de la escultura que retrae hacia sí misma, siendo vibrante estaca de apertura. Y nada de esto es de mi original pensamiento. Lo que intento explicar lo aprendí, como discípulo aprende de maestro, en la afortunada escuela de arquitectura, que más que soportar ilumina, y más que instruir orienta, pero a la manera extraña de la Obra, que se expone en su pórtico y se retira en el tiempo; ella era casi doctrinal en su discurso, y acaso algo intransigente, como el templo que se dedica a formar el paso del creyente, y no se distrae en el cafetín de la esquina, que pierna arriba permite dejar pasar la vida ante los ojos.

El Acto es la poesía del espacio, hecho de esplendor de habitar, en virtud del esplendor del dar cabida; pero es algo no ambiguo ni ambivalente; es algo simultáneo, como simultanea es la fuga musical, que se hace una en el camino y su serpenteante sendero que se le cruza y se le entrecruza. Así es vibrante la fuga, en dos o más detonantes, que son destino e inicio a la vez, pudiendo ser una parte matriz y la otra vaciado de libre juego alternante, ya que las artes así se establecen.

Me explico; imaginen un lugar "pleno de arquitectura", exterior, donde su modo de estar es uno con el sentido de la obra, pero que alberga una suerte de grada que más que grada es pedestal, y desde él se arrima el hombre para reposar, pero ese reposo es con el muro que tiene ante sus ojos, plagado de texturas y matices, y se allega a la grada, y al allegarse se hace uno con ella, y esa suerte de “atributo de pedestal” hace que el habitante tome el esplendor de la escultura que faltaba, y me pregunto ¿ adonde termina la arquitectura, adonde comienza la escultura y adonde se entromete el objeto de atributos escultóricos de uso y práctico desempeño?.

Como verán las artes se compenetran y no dejan de sorprender, y esta sorpresa puede ser el aporte de cada obra, que transfigura la una y configura la otra, al hombre y su destino.

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Entonces, cuando vean un lugar que tiene hermosos vitrales, y sus rosetones demuestran prolijidad, y por otra parte sus pilares se retuercen para admirar, vayan más allá y pregúntense cómo, todo esto, se hace uno en mi manera de estar y Actuar a la par del lugar.

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Solo eso por ahora.

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Pero ¿y Gaudí, que fue nuestra suerte de ejemplo, complejo, pero ejemplo al final?; cómo le hacemos para ver una suerte de Forma de Acto en su arquitectura?

Primero que nada es difícil llegar a aventurar una respuesta, pero si no lo intentamos quedamos en nada.

Naturalmente compenetra Gaudí sus formas en el hombre y sus lugares, para soltar la regla y detonar el pulso de lo agreste y sus reglas de inmensidad y detalle.

Abstractamente estamos ante sus obras, como estaríamos en un bosque, arrobados por la multiplicidad de movimiento y pormenores sostenidos por la torsión de leviatanes vegetales elevados al cielo y soterrados hacia el agua; entonces este drama de vida e infinito pormenor es el que abstractamente (y por momentos de modo figurativo) Gaudí hace obra de regla virtual de habitar.

Pero no hablamos de hacer el templo como se hace el árbol, en la torsión de la caracola, sino que hablamos de elevar la vertical, compenetrando la caída de la piedra al alma de la torre, para que se precipite la parte y configure el remate…(continuará)

(Continuación 9-9-9)

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Me asalta la duda extrema de sentir que defiendo al abstracto Acto que reúne, cuando Gaudí establece la multitud capaz de hacerse varias y dispersas situaciones, sin perjuicio de sentir que, en tales gaudianos edificios, la parte campea, a la vez de ser un florecimiento de una estructura solitaria, coherente, potente y capaz.
Gaudí estructura su vegetada forma como brota el tronco de la tierra, y en sus intestinos da cabida al hombre. Luego, ¿Cuál es el invento de su trama arbolada que se transfigura para ser para y del hombre?, ¿o es que sus edificios aspiran a más que esto?

¿Cómo Gaudí puede decirse “arquitectónico” desde su multitud que se disgrega, si se quiere, y se reúne si se habita?.

¿Puede ser que la acción de habitar sus obras tenga relación con una paradojal intelectualidad sensual, capaz de retener las partes florecidas en la multitud de aspectos que a la vez se quieren juntar?.

¿Se inspiran en la multitud del paisaje las obras de Gaudí?; por lo anterior ¿el potencial acto gaudiano de su propia arquitectura será paisajístico?.

“Paisaje”; aquella multitud elocuente y natural, que se torna distante de quien la contempla. El paisaje, en cuanto tal, no está siendo habitado, sino presenciado a lo lejos.

“Lejos”; atributo de aquello que no se encuentra “aquí” propiamente tal.

El paisaje es “allá”.

La obra de Gaudí, acaso siempre lucha por encontarse “allá”.

El “allá” de Gaudí puede ser una abstracción de tal percepción y evento.

El acto gaudiano de su arquitectura involucra el dejar allá a quien habita su interior. Tal paradoja, podría ser su milagro artístico.

(…)

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