lunes, 8 de diciembre de 2008

Lo que ve el Cuidador de un Presidio Abandonado

Más allá de las murallas, los portones, los remaches, las rejas, el duro y grisáceo pavimento, las losas, los azulejos, los grifos toscos e inconmovibles. Más allá del lugar que sabe del límite próximo de un espacio aprisionado; al caminar los pasillos solitarios, dejando un rastro de evadidos rebotes sonoros de cada uno de sus gestos, sigue la huella persistente de un recorrido aminorado por la extraña sensación de vivir un trabajo de condena, volcado a resguardar la ausencia y el absurdo peligro inverso de quienes, a contrapelo, buscan la prisión como guarida temporal de saqueo y evasión. Y tal circunstancia, de ver al hombre en su vida contraria, que amenaza en su soltura a quien, de ese modo, interpone el mismo límite en su inverso sentido, no arroja sino una soledad encarnada en un mundo inaceptable, por tal contraste de silencio, vacío y opresora ausencia de ocupación perceptible, como si fuera el roce persistente de las alas de una mariposa negra y de tamaño incierto, sobrevolando la calva cepa de su propia desventura. Quien camina en tal predicamento no solo no busca, sino que además no encuentra de antemano, y semejante condición no se distrae, y por su sino a trasmano, resonante, ya en su conformidad decae, por mucho que el burdo castillo, se presente altisonante.

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