Leonardo dibujaba su figurado pensamiento, que armaba el mecanismo directamente desde la idea con una dirección carente de desvíos. Tal idea de mecanismo; tal mecanismo ideado; tal artificio ideal, era el resultado nacido así como se conforma el rasgo preciso del hombre que corta la mano enemiga en el campo de batalla.
Leonardo cortaba la ausencia de invento inventando la huella y figura que puede mecerse al ritmo del hombre que toma la seña y la hace patente en su empeño de ritmo y de rito en su vida de ruedo y voluble carencia de tales virtudes.
Leonardo tomaba un manojo de potencias, y sin prolegómeno alguno, las hacía carne rojiza y sangrante cual mano que cae y se pierde en su tumulto que sabe de muerte del tramo grotesco cual ave que surca los cielos y huella de aquello no queda, pues queda su paso de trazo y de limpio regazo en la sombra que el mundo traslada en su manto ondulante de tierra y pastura que abraza la vida y detenta la brida del hombre que pasa y enciende su fuego y arrasa en su juego.
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