Introducción
Biblioteca de Consulta Microsoft ® Encarta ® 2005.
"Dédalo, en la mitología griega, el arquitecto e inventor que diseñó para el rey Minos de Creta el laberinto en el que fue aprisionado el Minotauro, un monstruo comedor de hombres que era mitad hombre y mitad toro. El laberinto fue tan hábilmente diseñado que nadie podía escapar de ese espacio intrincado o del Minotauro. Dédalo reveló el secreto del laberinto sólo a Ariadna, hija de Minos, y ella ayudó a su amante, el héroe ateniense Teseo, a matar al monstruo y escapar. Encolerizado por la fuga, Minos encarceló a Dédalo y a su hijo Ícaro en el laberinto. Aunque los prisioneros no podían encontrar la salida, Dédalo fabricó alas de cera para que ambos pudieran salir volando del laberinto. Ícaro, sin embargo, voló demasiado cerca del sol; sus alas se derritieron y cayó al mar. Dédalo voló hasta Sicilia, donde fue recibido por el rey Cócalo. Minos persiguió después a Dédalo pero las hijas de Cócalo lo mataron."
Ícaro
Hecho el vuelo, consolidado el desacierto, muerto el causante y expuesto el error, quedan los cielos vacíos, los restos caídos y el llanto derramado, bajo un sol implacable, que no sabe de excesos ni de certeras acometidas, ya que nunca ha sido su destello, la completa manifestación de un trino que, cual arco y su flecha dispuesta, tensa un alma, apunta un destino y sugiere un sentido; que detona la marcha, condice su impulso e implica su arribo.
Luego, no fue una isla, ni tampoco un laberinto, ni fueron alas, ni fue su sol que arrastró una caída que no sucedió, sobre un suelo que no se interpuso, en el cual acaso logró desplegarse, un drama que no tuvo certidumbre ni acontecimiento, pues no era Ícaro el caído, ni Dédalo el precavido; no era el sol el destino, ni era el cielo su camino. Nadie voló, nadie murió, nadie lo supo, nadie se enteró, a no ser que alguien tan solitario como aquel fulgor aludido, hiciera carne imaginaria, a la abstracta huella del mundo, que en su trazo todo lo ata, y todo lo vuelve fecundo.
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