miércoles, 12 de diciembre de 2007

La Función Implacable, el Atributo Trascendente y Mondrian, el Poeta de la Sinécdoque

[De mi antigua bitácora. Fecha original de Publicación 15 de Mayo de 2006]

La manifestación del atributo trascendente de algo luchará por protagonizar el acontecimiento de la existencia por sobre la función que lo sustenta, salvo eventos escasos en la historia, capaces de insinuar sinécdoque.
(“Sinécdoque”: Figura retórica que consiste en tomar una parte por el todo, o el todo por una parte, o la materia de una cosa por la cosa misma)


Es la función el aparente rumbo de las cosas que se suceden en acontecimiento en el mundo. A tal punto pasa esto, que suele presentarse como el fundamento del actuar de los hombres, a trasmano de la plenitud integral (¿hay alguna plenitud que no lo sea?) poseedora de atributos que van mucho más allá del sistema constructivo (físico o intangible) capaz de concretar obras arquitectónicamente eficientes y eficaces (cuando hablo de arquitectura, no lo hago solamente desde el punto de vista habitable de los edificios, pues inclusive un discurso puede tener una arquitectura impecable, así como no solo los textos son legibles).
Pero bueno; … se da entre los hombres un requerimiento pertinaz de referirse solo a la intrínseca constitución de las cosas, en sí, para juzgarlas, refutando todo atributo subjetivo…
…Y seré franco, es fácil anteponer argumento delineado de un modo aceptable ante estas cosas, pero es simplemente el hecho de que estos seres que sirven a la función, eligen a sus esposas, decoran sus casas, diseñan sus jardines, eligen sus barrios y se visten de acuerdo a asuntos mucho más allá de la función, el que constituye la contradicción de sus dichos, aceptando que una trinchera puede ser bella y dejar más atributos en el campo de Batalla que el solo asunto de la función de atrincherar, pero es absurdo en determinadas situaciones dar lucha por concretar cualidades que no son atingentes a la convergente manera de desempeñar el uso que la función de las cosas confiere (puede ser esta trinchera del ejemplo un excelente lugar de contemplación del vasto océano a trasmano, pero no viene al caso, dada la urgente e inminente acometida enemiga). Recordemos la Película El Puente Sobre el Río Kwai, donde un oficial inglés comienza a atribuir cosas al puente que no eran pertinentes, salvo para los siglos venideros, que no sabrán de contiendas como las que él protagonizaba desde su prisión singularmente colaboradora (se ambienta el Filme en la segunda guerra mundial). Enajenado el oficial inglés prisionero a cargo de sus hombres reclusos, inicia un viaje engañoso hacia su propia trascendencia a través de los siglos, por medio de “su” puente de beneficio Japonés, que lo llevará a distraer traidoramente su camino y su propio rol.

El artista querrá ver su obra pontificante materializada, y el ingeniero querrá que simplemente el puente funcione, y este antagonismo de requerir por una parte que el atributo trascendente persista por encima de la función que lo sustenta, seguirá presente por los siglos de los siglos, aceptándose que hay límites de traición al principio de la acción que no deben ser transgredidos.

Será por lo anterior un problema sin mucha solución este hasta que la historia vaya dando cabida a épocas capaces de amalgamar la poesía de las obras con su ensimismado proceso constructivo.

Recuerdo a la época más triunfal de la modernidad de post guerra, cuando el esplendor de la arquitectura y de otras artes, estaba en la esplendorosa manifestación de su elegante función, así como elevada al altar de la contemplación estética… Imagino a los hombres autores en el momento de la inauguración de la obra, abrazado a los ingenieros y a los trabajadores, cohesionados por un mismo fin. No obstante aquello, la humanidad se agotó de ello y rebuscó la moldura, el pórtico abarrocado y la pintura desatada desde sus caos diversos, para dejar a Mondrian atrapado en los museos, cuando ya las servilletas y el papel mural acataron el ordenamiento de sus cuadros, para reflejar la mansedumbre de ciudades cuadradas y ortogonales, no obstante el Boogie Boogie de la Victoria se permitiera ser transversalmente obcecado en su perpendicularidad aparentemente desvencijada.
Piet Mondrian poetizó la pintura de uno de los modos más potentes que soy capaz de percibir. Recogió la disposición ordenadora y la pintó para hacer de ella patrón de contemplación, elevándola a atributo trascendente, evocando en su trama a las ciudades, al llamado de la humanidad de persistir en la recta, por sobre un mundo curvilíneo y cimbreante. Como Tàpies, que hizo arte del raspón y el accidente, al recortar la Belleza del patrón de conducta humano desde la desenvuelta acción del hombre en su mundo, que lucha por habitar torpemente y a tumbos por sobre las cosas, en las que deja su impronta. Y Neruda recoge también aquello, al cantar a la manilla desgastada y la roca derruida por el agua milenaria y turgente. Pero cuan diferentes en la apariencia son los tres, cuando el primero eleva el patrón, el segundo lo presenta como la huella del paso del hombre y el tercero se vuelve al mundo para verlo aletargado en su paso por el ser cósmico, de tanto deshacerse y conformarse en las fuerzas plenas y valiosas del universo cuántico y particular.

¡Qué increíble es aquello que habla de lo mismo y profundamente surge como diverso en su apariencia!...

…En verdad que las apariencias engañan; pero engañan hasta el punto donde subjetivamente se flecta la realidad, para desvelar sus similitudes

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