Lo político tiende a surgir de la idealización de las propias afinidades, en cuanto proyección al mundo del reflejo de nuestros atributos personales. De tal modo, autoconvencidos del supuesto altruismo de nuestras posturas, nos entregamos felices, autoedificados y justificados al ejercicio de lo público, con una capacidad condenatoria propia de la Sagrada Congregación del Santo Oficio ("¡¿...Acaso dudais?!")
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