LA MÁS SUTIL Y ELEGANTE SUBJETIVIDAD

Imaginen que están mirando hacia lo lejos en una ciudad cualquiera y, de cualquier manera, aparecen edificios y construcciones dispuestos por la señal de una competencia de estables volúmenes, casi amontonados por sobre los árboles de una avenida amplia y distanciante. E imaginen que todo aquello lo ven desde una intensa atención, tan íntima como extrovertida. Algo tiene lo visto que proviene de ti, sin que siquiera se deforme o desfigure. Entonces ¿a qué corresponde esa noción que no se transforma pero es otra en cada quien?
Llamémosla "soledad" provisoriamente pero no sirve demasiado esa palabra. Llamémosla entonces "correspondencia del propio ser en la intensidad o detrimento de las cosas del mundo" como cuando Rembrandt todo lo teñía con una pátina repetitiva. Yo no entendía tantas cosas cuando miraba sus pinturas. Ahora entiendo que era él, que se retrataba sin estar ahí. Ahora veo al mundo recreado en cada vistazo y entiendo su sagrada irrepetibilidad, tanto como escuchamos a partir de cada talento o desventura auditiva.
No sabemos sino ser al mundo tanto como el mundo nos fuera, cuando no éramos sino fibras de instrucciones bioquímicas. Entonces miras y sabes que todo aquello no eres tu, pero tu lo subjetivas en un beso abstracto, intangible, etéreo pero severamente carente de toda autorreferecia. Eso, cuando miras o te viertes al mundo desde cada sentido atado a sus conocimientos.