[De mi antigua bitácora. Fecha original de Publicación 22 de Marzo de 2006]



“Si queréis concebir el infinito, pensad en la estupidez humana” dijo alguien (según los buscadores fue Einstein), y vaya si le encuentro la razón. Pero esta estupidez a la que aludimos, … ¿Dónde se aloja, que persiste y persiste en calidad de eterno convidado de piedra?
Intentemos alguna explicación razonable:
¿El miedo a encontrar algo sobre lo cual no hay capacidad de hacerse cargo?
Los Zares no sabían, desde su cultura religiosa, nada de lo que ahora hablamos acerca del posible cometa y de los alcances de un estudio serio al respecto. Esto nos lleva a lo siguiente otra vez; para alcanzar a intuir los alcances de algo, hay que tener una visión del futuro basada en el progreso del conocimiento; “si los Romanoff de hoy no se interesan , si lo harán nuestros descendientes, los que al parecer estarán por siempre firmemente asentados sobre sus prerrogativas”. Y este es el punto. Al parecer el futuro no interesaba a una dinastía que desde Pedro El Grande venía haciéndose de un poder eterno por definición y esencia. Pedro (el Grande) refundó la Rusia Imperial desde el convencimiento basado en tener torcida la cabeza hacia occidente. “Occidente da la pauta, y hay que hacer las cosas a su modo, así que me voy a la Europa celebérrima a conocer a un tal Isaac, que anda descomponiendo la luz, mientras se sana de los manzanazos iluminadores que le acontecieran bajo el árbol de la convalecencia”.
Todo parece indicar que la complacencia es peligrosa para la propia estabilidad.
Cosa que no ha sido difícil de concluir, generalizando, desde el punto de vista de la intentona nefasta de tapar los cometas con la punta del dedo que nos sobra de sujetar las joyas que nos encandilan, no obstante nos revienten en la propias y reales narices dentro del patio trasero del reino que acumulamos pero no cultivamos.
Lección soberana para todos, que de una manera u otra reinamos sobre las tierras de nuestro espíritu indómito y humanamente proclive a estarse a las espaldas de la realidad; esa de la que renegamos y nos resistimos a asumir, envanecidos en nuestras capacidades intelectuales o corporales, para no ver, no percibir y no caer en la cuenta de las Tunguskas que languidecen en nuestra vida.
Lo digo y me lo digo; no hay escuela como el mundo real de las cosas comunes y corrientes, sumadas a un estudio concienzudo de las leyes que lo gobiernan. Esta es la regla del descubrimiento que me aconsejo.
Para lo demás no estoy, y por último no puedo.
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