sábado, 2 de julio de 2011

[El Greco] La Resurrección de Cristo, o la simbólica luz blanquecina por sobre toda simetría

[©SmcArq] El protagonista (que según el título de la obra es Jesús de Nazareth) levita con la bandera de la paz
por encima de un estado de guerra,
desde el cual diversos personajes padecen, claman o se lamentan.

La fuente de aplicación de la luz que baña esta escena es difícil de deducir, y podría estar asumiendo, en este caso en particular, el rol de principal protagonista; ella es blanca, exceptuando la que ilumina el torso del caído a los pies del que levita; la primera impresión que se me produce al ver esta pintura es que hay un blanco predominante, que se sobrepone a toda otra lectura o percepción.

Supongo que no es demasiado difícil atribuirle a esta luz algún sentido coherente; sabiendo quien es Cristo, y viendo a toda esta predominancia blanquecina, podemos aventurar que rodeamos a una representación eminentemente divina, por sobre todo detalle, toda minucia, toda actitud, todo gesto y toda virtud parcial, inclusive cuando esta presencia se vuelve amarilla (iluminando el torso descrito).

Dios omnipresente, sin perjuicio de cada gesto o postura; sin perjuicio de los hechos; es Él quien se sobrepone y ordena y determina.

Cada vez que me detuve, por años, a ver esta pintura era esto lo que más me retenía; el pertinaz uso del blanco, inclusive "perjudicando" toda sutileza cromática que, en otros casos, pudiera darse; el color era un detalle; lo importante era la luminosidad sobre puesta a la fuerza, por encima, y sobre todo sobre el cuerpo del levitante.

El Greco pone a los pies a un caído, iluminado de otro modo, casi estableciendo una simetría de eje horizontal, para fortalecer las jerarquías, y así toda revisión de esta obra es vertical, Cristo y el caído, Cristo y el que clama, Cristo y el que se lamenta, Cristo y el sufriente,...

Refulgencia impropia, otorgada; ajena en su intrínseca coloración; teología puesta en obra, sin querer alejarme demasiado de lo obvio, de lo evidente que campea y determina.
Y otra cosa; los cuerpos; la textura de la pincelada, el modo de detallar la escena, los rayos de refulgencia detrás del protagonista, los dobleces de las telas; prácticamente todo se acomete con rugosidad, con fuerza; con una casi impresionista manera de colorear y de iluminar, atando tal opción a un simbólico modo de surgir de la pintura.


Con obras así es posible entender a los futuros actores de este proceso, iniciado con un palo sobre la tierra en un momento de descanso en la sabana, continuado en las cavernas, y desde ahí asumido hasta el Guernica y sus directos e indirectos discípulos.

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