martes, 2 de febrero de 2010

Improvisación 1

[Improvisada el Sábado 31 de Octubre de 2009 a las 8:00 hrs.]

Dedicada a Jimi Hendrix

[©SmcArq] Por tal cántico y su poder estallo, manejo un sedimento y en su decantado estruendo, anulado por capas de tiempo y desecho, hago la belleza que solo la suerte, la meditación y el abandono dejan florecer. Florecimiento. La palabra es “florecimiento”. Esa es la palabra que busco. El florecimiento del ser en su acción, y que aquel sortilegio permita continuar. Florecer es proseguir. El florecimiento del meditabundo artista no es sino el florecimiento de su suerte y de su destreza. La destreza del artista es florecer cada vez en su ley interna generada por obra y gracia del orden de las cosas resonando al RITMO de tal encuentro. Pero no digamos que ese, mi florecimiento que busco y que no solo yo busco, es solo un atado de distracciones dejadas a la mano del Dios de los artistas, que perdona la vida licenciosa de algunos, o que deja pasar toda su envidia, si y solo si conocen en sus vidas la ofrenda del reflejo de su propia e imperecedera ley que establece portento y consolidación. Aquella obra que florece es en el artista, que la deja salir o que le permite estarse en su sitio de luz, cuando consolida su sinergia y resonancia, desde su instrumento de hacer maravillas...

...No basta hacer, no basta hacer bien, no basta hacer muy bien, ni basta hacer las cosas al orden y satisfacción de la creencia, ni basta dejar salir la espontanea magistratura, ni basta con ordenar adecuadamente, ni basta con sentir la dicha del quehacer, ni tampoco soluciona nada el deber cumplido, ni la brisa del ocaso anunciado tras dejar el esfuerzo concluso, que no hace sino establecer más vivencia que materialización, ni es simple decir que se encarna el verbo del hombre en la creatura con la plenitud de una consistencia autónoma y suscitarte. Basta, solamente, el entrar en unidad con la acción que hace gesto y con tal gesto encarnar iluminación persistente e incansable e insustituible y sutil y elegante y testimonial y definitiva y generadora de la admiración propia y ajena; una, otra, ambas, pero nunca ninguna. Admiración; ni gusto, ni correspondencia con la propia vivencia; surgimiento, desdoblamiento, aparecimiento, consustancia del gesto, la estructura y la actitud potentes y alineados. Admiración del allegamiento del propio ser, en el ser aquel que establece destello. Fuimos aquello, aquello dijimos y, tal decir, supo de un puente perceptible que fue capaz de pontificar desde las generalidades de un mismo ámbito hacia la realidad estruendosa y extendida del mundo aquel, elevado de todo placer simple y diverso, donde solo podemos acercarnos por acometidas coherentes y plenas de sentido. Aquel paraíso es éxtasis, pero éxtasis disperso. Éxtasis de ver el mundo florecer ante nuestros sucios ojos marginados por el sustrato enconado de una retahíla de sucesos que saben de su propia ceguera, recorriendo el mismo carril, del mismo hecho con la misma seguridad y la misma entrega, hacia un destino conocido y consabido. Sabe el que conoce el paralelismo entre este mundo de carriles y recorridos seguramente acometidos, con respecto al mundo ese que ya vengo intentando disponer ante nuestros ojos de homogénea fuerza. Y así, como si dos fanales potentísimos alumbraran un cielo negro pero tan vacío que no se vieran sus haces recorrer la oscura extensión, salvo cuando lograran encontrarse e intersectarse, de tal manera la acción del conocedor de las dos vías que caminan, la una en ambos sentidos y la otra inferior en el sentido de la sucesión del mundo encadenado, quiere disponer el encuentro de los haces de los fanales aludidos. La obra de arte sería esa zona de intersección de ambas luces coincidentes, que no puede ser sino reveladora, mejor, menos simple y más sorprendente que ambos mundos juntos y paralelos, o que ambos mundos por separado. La obra de arte es superior a lo que une. La obra de arte es superior al paraíso homogéneo de las potencias replegadas a la ley de una sola presencia de sima y de cima saturadas, y la obra de arte es, también, superior al mundo cotidiano que vivimos por sucesión de acontecimientos predecibles y fenomenológicamente gobernables. O por lo menos con esto quiero decir que el fulgor del encuentro de ambos rayos de luz no puede ser sino una multiplicación de lo uno en lo otro a extremos asibles desde nuestros sentidos. Recordemos que en la metáfora utilizada no podía ver ni lo uno ni lo otro, y repentinamente se pudieron ver ambas cosas en una tercera intersección afortunada. ¿Cuál será aquel poder de torcer o inclinar rayos de luz de mundos diferentes representados hasta hacerlos encontrarse en extensiones perfectamente discriminables y capaces de dejarnos extasiados?, ¿y por qué algunos buscan estas cosas y otros simplemente no intentan ni por ventura allegarse ante tales maravillas?; ¿No era que queríamos ver por el mayor tiempo posible al juego del orden manifiesto de la mano de Dios haciendo un mundo mejor desde la inclinación de su haz de luz en sectores determinados del mundo, ajeno a él, que nutre su potencia y existencia desde tales alumbramientos?; ¿O es que Dios en su Espíritu Santo es materia de algunos solamente, y los demás no quieren sino nombrarlo hasta el cansancio (¡DIOS!, DIOS, Dios, dios…) como si su palabra en sí (fetichistamente) fuera la llave del alumbramiento?, ¿O será que tal ceguera voluntaria es simplemente la animalidad del flujo generoso de recurso material que obnubila y distrae de aquel fin de conocimiento detonado desde una presencia luminosa?. Y por lo demás, ¿no era que íbamos a poder trasladar el orden de la ley manifestada del haz de luz encontrado con su mundo, hacia nuestras propias vivencias cotidianas, para hacer de este mundo el reino de la verdad y el esplendor?, ¿o será que sabemos, muchos de nosotros, que tal tarea es solamente una utopía capaz de orientarnos en el túnel negro y serpenteante de una existencia matizada por simples, terrenales y pedestres encandilamientos?. Sentido, es de sentido que debemos vestirnos. Si no lo hay o si es tan directamente aludible (así como los fetichistas nombran a Dios) es que estamos solos o que renunciamos a tal derrotero. ¿Es que acaso el sentido de las cosas y el sentido de las potencias que ordenan esas cosas, y el sentido que creemos buscar no es sino una generación de oscuras y silenciosas pausas entre los fulgores que nuestra propia alma es capaz de hacer, por segmentos concretos y pertinentes?. ¿Cuál sería esta pertinencia?; pues sería, digo yo, no más que un intento afortunado de proseguir el camino ineludible, con la plenitud de ver luz en la oscuridad, y con la dicha de actuar con la automática Fe del Artista, que entrega su mano, sus pies, sus ojos, su cuerpo, sus entrañas y su aire, establecidos en el espectáculo de su creatura, en pos de torcer el destino ciego que lo encadena como condición para ver fulgor, estallido y belleza donde no había sino imagen negada de soledad y desengaño...

...Para tales cosas no quiero sino ser un protagonista.

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