La Impronta

Sucedidos los territorios y avenidas todas las crecidas, superadas por el embancamiento persistente de valles completos, reinventados como insípidas explanadas quietas y silentes, cuando las montañas danzaron su elegante naufragio terrestre, sobrevino el silencio aquel que no es esencialmente retiro ni sigiloso fluir continuo de décadas o siglos de vida conformada / Vemos según el estado intrínseco y el vector predominante, al punto de entender la acometida y engullimiento de bestias gigantes por otras mayores en estruendo y fragor, cual estertor final de momentos cúlmines de eras y tránsitos pletóricos de bramidos y resonancias ensordecedoras, como si todo fin fuera aquí y ahora; en instantes limítrofes y fatales, cuando nuestra propia nostalgia vibra al tenor de un sentimiento asaz centrípeto y confiado en su propio poder rector desde la mirada y su poder / Latencia exponencial aquella, capaz de ver en la simple y próspera, acaso, situación futura de unos cuantos momentos cualesquiera, la vaciada acometida de un espacio modelado desde la sensación humana más ínfima, capaz de traspasar de ser en ser y de alma en alma, hasta dejarse ver como un sino ineludible de furor desatado y pasión retenida / Caídas las portentosas y protagónicas ánimas de tal sueño germinado, se deshace el trino de un atisbo persistente, para dejar al colmo de su propia condición acaecida, en su sosegado momento de severa posibilidad, cogido de su tránsito imperecedero y colmado de promediados triunfos, fulgores, amaneceres, ocasos, cósmicos estruendos y contrahechos derrumbes de márgenes planetarios inabarcables / Tales somos en nuestra potencia y a contrapunto haremos nuestra propia miseria de instantes fugaces desde los cuales buscamos recortar serenas y efímeras situaciones de las cuales cogernos, como insectos sobre la temblorosa hoja eliminada hecha barca de sustento y esperanza de chispas de vida y virtud a la deriva.