miércoles, 2 de diciembre de 2009

Cabernet Sauvignon / Misiones de Rengo 2008


CódBarr 7808704700058; 14º
[©SmcArq] Burdeo; rojo oscuro; negrura aplacada en el brillo carmesí vencido en la confundida oscuridad que obra desde su sombra; tan extraña y compleja como su olor, su aroma más bien, su gusto y sus detalles; más buenos que deficientes.

Vino tinto, obviamente. No soy experto, claro está, en estas cosas; mejor, si no, estaría hablando desde los conocimientos citando clichés y percibiendo cosas que me convenzo encontrar. Y no quiero hablar de lo que sé de esta bebida. La pruebo y busco sabores, pero en pos, todos, de una sensación unitaria; nada de “matices de esto y toques de lo otro”. Se trata de aludir a una creación desde su sabor, acaso complejo.

La complejidad obvia de un vino debiera tener un vector y una equivalencia en palabras y sintaxis propias de una lengua latina, digo yo, capaz de derivar en extensas frases capaces de entonar color, sabor, olor e intensidad en el paladar, desde su mezcla de alcohol e impacto de todo su “ataque” a los sentidos, sin perjuicio de alguna “imperfección” o “ruido de fondo” que no puedo dejar de advertir en la experiencia que intento transmitir. El brebaje no es perfecto, y el catador mucho menos.

Debo confesar esto; cuando lo tomo de golpe agrede mi lengua y mi garganta, y degrada cualquier aspecto más sutil, aunque este vino no es eso; este tipo de vino, el cabernet sauvignon,  (que creo reconocer ya, tras varios años de preferirlo) debo beberlo de a tragos muy cortos; una vez vertida una cantidad en mi boca, dejo entrar, de a breves impulsos, unas cantidades mínimas del líquido; así siento su sabor “pardo”, ni delgado ni grueso, pero contrastada esta mesura en su gusto. Este tipo de vino es contradictorio por esencia; debo tratarlo con cuidado; no puedo ingerir sino cortos tragos de mínimas cantidades, ya lo dije, o indispone mi garganta, y mata cualquier sutileza de aquellas que siento cuando manejo con mesura su ingesta; dejo que empape los costados de mi cavidad bucal y que escurra hacia abajo. Tal acontecimiento deja al aroma poblar mi boca, mi nariz y todo el ámbito de mi lengua, que da cuenta de sus matices en su parte posterior. Es como si la parte delantera de la lengua distinguiera solamente sus “puntas”; sus aguzadas extremidades, dejando su profundidad para las partes posteriores del órgano gustativo. Dejo ascender hacia mi nariz su aroma y se condice este con su gusto, de manera tal que aroma y sabor arrojan un vector estanco, quieto, como si fuera tierra mojada de un potrero la que entrara a mi boca, o como si tal elemento fuera el gestor de un estado del goce capaz de coludirse con el avance de un líquido condescendiente con su origen. Dicen que la tierra influye en los vinos. De esto no me puedo desentender.

Se posa en los costados derecho e izquierdo de la antesala de mi glotis; ahí se queda dejando impulsos suaves desde su especie de semi-agria-acidez, que no alcanza tal atributo de extrema calificación, aplacada en los toques breves y conglomerados de sus componentes, que desconozco y no intuyo ni por ventura. Sé que esta bebida surge desde la uva y que contiene alcohol. Desconozco si este producto se deja en barricas de roble por algún tiempo.

Busco, en todo caso, en este vino, lo que de este vino me gusta, que es su quieto transcurso hacia el entendimiento de aire y poblamiento; permanece, no se retira con facilidad. Me gusta mucho saborearlo con quesos; es como si tales cubos amarillos se entramaran con la potencia de esta acometida de embate persistente de aparente madurez y estímulo visual. De alguna manera es como si la vista percibiera desde su céntrico gusto, hasta hacer del ámbito donde nos encontramos un hallazgo de sabor, que hace del día un calor suave que frunce toda algarabía y templa cualquier ímpetu.

Creo que no cualquier momento del día y del ánimo es bueno para tomar un vino como este. Me da la impresión que tal brebaje resuena en un carácter contemplativo, donde todo se presenta frontal y parejo en sus matices. Me acomete la ilusión de que el vino de este tipo invita a percibir la coloración plena y homogénea, disgregada en matices escondidos, desde el encandilamiento del sabor que puebla una boca que se torna centro del acontecimiento.

Es especial, pues según se juegue suavemente en la boca haciendo de la lengua un timón de oleajes de sabores, el vino transmuta sus ofrendas según avance, retroceda, se estanque y fluya por las distintas partes de la boca. Un alma grácil puede ser esta, que es según los caminos del gusto, el olfato, la vista y el entendimiento. Analizo tales experiencias y convengo que, según se abran los sentidos a la captación analítica de su comportamiento, este brebaje es lo que se quiera, en un contexto de gruesa, oscura, terrosa, potente y dúctil madurez de tiempo hecho brebaje, en el transcurso de sus mutaciones en el alma congraciada con sus sentidos exteriores…

Si esto no es nobleza, es mi imaginación desatada y sugestionada en tales aspectos que he aludido.

Pasan extensos quince minutos o más y puedo hacer llegar a mi nariz, aún, los oleajes de aroma posado, iluminador del regusto que permanece y persiste para bien.

Con todo, esta experiencia de la que me hecho cargo es personal, y desde aquella me despido. Hasta pronto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

wow! que descripcion mas sensual!! dan ganas de tomarse una caja entera de este vino. Misiones de Rengo deberia estar muy agradecido de tu texto...
:-)
Lilian

Sergio Meza C. dijo...

Lilian:

La verdad es que no sé si alcancé a ser específico con la descripción.

Reitero, soy un pobre y triste ignorantón en temas culturalmente asentados en relación a la cata de vinos.

El año es reciente, no me consta nada, solo lo que saborié.

El otro día probé un cabernet sauvignon de 2003 de ua Viña del Valle de Colchagua; estaba realmente mucho méjor que este, que se compra en cualquier negocio, no es ninguna maravilla, pero en ese momento estaba muy bueno.

En Rancagua, en el Jumbo, no debo exagerar en relación a la inmensa cantidad de oferta de vinos que hay en Chile; deben ser como unos 35 metros de mostrador a 4 o cinco niveles de infinidad de vinos de muchísimas viñas.

Me impresiona la cantidad de buenos vinos que hay en Chile para elegir a precios muy pero muy baratos en comparación a la calidad.

Compré este Domingo un tinto, creo que Merlot, del año 2005, Viña Falernia, por menos de $3.000, que realmente estaba muy pero muy intenso, aún se captaba una "frescura extraña" en el vino, no obstante el tiempo; la distinción de "UVA" propiamente tal estaba muy presente, sin perjuicio de una gran multiplicidad de sensanciones gustativas diversas, todo esto en una especie de límitrofe delgadez necesaria para percibir complejidades instantáneas. Era muy inmediato el gusto de esta versión. Era como que de primera atacaba la profundidad y complejidad del vino, sin distinguir demasiado en estos matices de "interior" y "anterior" del aparato gustativo.

En fin. Espero seguir en esto, pero desde mi manera de expresarme, sin majaderas repeticiones de clichés, términos y conceptos "deóídas".

Puras y simples subjetividades...

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