martes, 24 de marzo de 2009

El ejercicio de ver como no se ha visto algo

Primera Parte:
Lo primero que aparece; la distancia sucesiva en alejamiento.

La profundidad

Esa que no veían prioritariamente los medievales, o que veían pero no era más que un juego visual de maravillamiento, incapaz de traspasarse al registro dibujado.

Cuando se dibuja algo, se registra lo visto con las falencias o las destrezas del dibujante.

Ahora no es dibujo, es solo registro hablado.

Veo a través de la ventana, y veo ventana, árbol y cerro a la vez, con la jerarquía de la proximidad y la postergación de lo distante.

Tal ordenamiento de importancias permite poner en una sola comprensión objetos de inversas dimensiones, al punto que el cerro se ve a través de la ventana, siendo esta el marco de aquello, y por lo mismo resulta trascendente lo menor que contextualiza a lo mayor.

La distancia hace que la mirada ordene según sucesiones de detrimento en las dimensiones, capaces de hacer que lo menor se apodere de lo mayor, siendo el ojo la herramienta y siendo el paisaje lo sometido a tal subjetiva jerarquización.

Pues bien, dije que veía esto que les nombro como la sucesión ventana (del tercer piso) , secuoya (de la plaza de armas de Rengo) y cerros (de Malloa). Pero tal visión abstrae muchas cosas que no aludí, y que también están dentro del cono de visión, como la muralla junto a la ventana, edificios tras los árboles de la plaza, forestación, ni tan distante como los cerros, ni tan cercana como la plaza de armas de Rengo.

De esto último es evidente que se puede extraer lo siguiente; establecí un patrón de percepción desde el cual saqué las partes que me parecieron más capaces de aportar a un cierto orden que deseaba establecer. Conjeturé un orden y me retraje a él para distinguir exitosamente. Quise ver lo que vi, y eliminé del registro lo que no me servía y no quería ver.

Tal acción es subjetiva, pero más que eso, es sesgada.

Este sesgo que describo es el que nos encierra a diario, por el resto de nuestras vidas en percepciones del mundo y de la mismísima vida, mientras afuera pasan cosas que se pasan de largo sin entregarnos todo aquello que podría servirnos.

Las causas de nuestro sesgo voluntario pueden ser muchas, pero existe y permanece mirada con mirada, momento con momento y edad con edad.

Puede que un par de veces en la vida esto caiga y se abra la lucidez de la “Iluminación”, tras la cual se junten cosas ante nuestra percepción que nunca antes se juntaron, surgiendo nuevas lecturas y nuevos lenguajes a construir.

De esto me haré cargo en lo siguiente de este escrito.

Segunda Parte:
Ver al revés las cosas puede ser interesante, pues los órdenes se invierten, y las cosas se ven diferentes, por ejemplo. Ver de costado resulta también estimulante (recordemos el momento aludido por Kandinsky, cuando no reconoció un cuadro figurativo que hacía, desde el cual surgió belleza abstracta, de la que se hizo cargo el resto de su vida). Pero pienso en algo mejor al escribir esto, pues podría darse un modo de mirar no trasgresor de la normal apostura y percepción, pero que sin embargo nos permitiera “abrirnos” a la infinidad de cosas que nos perdemos día a día.

Hablo de ver sin patrón preliminar, para descubrir aquello que el natural ordenamiento nos presente (especulo tal posibilidad de un orden natural).

¿Cómo vería la sucesión anteriormente descrita, sin entregarme a la celda de mi preconcebida penetración de la profundidad?.

Miro de nuevo y me cuesta separar las cosas; la mirada preliminar impera.

¿Cómo digo al orden que se deshace y abre a la ley que cada vez nutre nuestra inteligibilidad?

¿Puede algún orden natural preestablecido abrirnos al infinito de referencias de lo que tenemos ante nosotros?

Hablo de lo siguiente; debiera haber una manera de ver que nos deje en posición de revelación consistente y recursiva a lo largo de nuestras vidas, sin que por ello podamos retrotraernos a las típicas restricciones anteriormente aludidas como “los sesgos de la percepción”.

Entiendo por supuesto que ver de un modo voluntarioso trae sus beneficios, ya que todos tomamos de lo que vemos lo que mejor nos parece, sin perjuicio de vernos obligados a intentar ver las cosas como los demás; todos podemos corroborar que la imagen efectivamente tiene árboles, que se ven a través de una ventana antigua y que atrás de todo esto hay un cielo celeste. Tales constataciones son básicas.

El lenguaje típicamente usado por los buscadores de poesía (llamémoslos “poetas”) transgreden tales identificaciones cuando convierten lo identificado en otra cosa que efectivamente no es tal; por ejemplo decir que los árboles son columnas naturales que atan el entorno del cielo con la tierra. Y cosas así, que en general implican “desdecir lo objetivo” para alumbrar a nuevas posibilidades, que de suyo son interpretables.

Esta manera de decir casi es una conducta aprendida de los “aficionados a la búsqueda de la poesía”. Pero este “decir” encubre; esconde, cifra lo efectivamente visto.

Cuando digo esto último estoy dejando virtual la posibilidad efectiva de que se puedan decir las cosas con la debida objetividad, no diciendo “columna” cuando quiero decir “árbol”, pero diciendo árbol de una manera tal, que esa especie vegetal deslumbre por sus atributos corroborables pero no tan obvios. Intentemos lograr esto; “se eleva el árbol en su propio despliegue de ascenso, consiguiendo que unamos al ver el cielo a la plaza, y en ella a su arboleda.

Claro; se dice más brevemente en lo primero, y desde tal metáfora cifro el mensaje y la videncia; “horizonte, trazo posado en la vista y su limitante” y cosas así.

Entonces ¿cual ordenamiento a priori podríamos tener para ver como si por primera vez se viera lo que ante nosotros se presenta?

Proposición: mirar sin pensar. Imaginar que lo visto es desconocido; que lo identificado es mentira; que tales apariencias no son tales, y que la función, el sentido a priori, el significado, el color y todo lo demás que se distingue es una gran estafa manifiesta.

Entonces así quedamos con una maraña de elementos que no sabemos cómo atar, cómo relacionar, como desplegar en nuestro discurso o nuestra sucesión de miradas. No he dicho que sea fácil esto, solo digo que es una manera adecuada en principio de enfrentarse en pos de una potencial iluminación.

Dudar de lo visto; jugar a que los ensambles y sintaxis son una alucinación. Dejar que la mente vague por lo presenciado; dar lugar a la perplejidad, entender que es posible relacionar de otros modos que los aprendidos; desaprender, dejar, abandonar, soltar, derivar, desvincular.

Tercera Parte:
¿Y después?

Pues ensamblar elementalmente, supongo; anexar cosas que sean o no dispares.

Me imagino que puede resultar algo enajenante desplegar tal ejercicio por siempre, pero creo que durante la reflexión y la meditación creativa sería algo muy pertinente; pensemos en Einstein y el tipo de preguntas que se hacía; “¿qué vería alguien que fuera montado sobre una onda de luz?”.

Insisto, puede ser útil desentender la función que se subentiende; ver una silla ata el pensamiento al asiento; ver una mujer en ropa interior ata al hombre a su apareo, pero distrae del nuevo campo que pudiera surgir.

¿Es posible tal planteamiento según ustedes?

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