
¿Cómo sino en la onda recorrida de su extensa forma que late cual sonoro pulso formal de reconocible tamaño y proporción, se configura la permanente presencia del ser dispuesto a su origen y legado?
Si no fuera esta cuerda eterna y multitudinaria, la cuerda del arpa vital de nuestro destino, ¿cómo se mantendría en pie el alma y su impronta en la extensión solitaria que no sabe de sí misma si no es en su reflejo?
Tal coherencia, dispersa en la filigrana interminable y multitudinaria, es el soporte y el cable a tierra del barco que navega por el mundo inerte en su rodeado frenesí de pulsos similares y fortuitos.
La molécula que se traza y se dibuja en acometidas breves pero de inconmensurables potencias, sostiene en su ritmo y compás al ser que vive de su sola muerte replicante de semi-par de heridas y sanaciones hechas señales competentes.
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