viernes, 18 de julio de 2008

Ácido desoxirribonucleico 1

[Meditación de esa molécula, y desde ella hacia el universo, y de vuelta hacia el núcleo centrípeto de la vida]

Tras aquellas cuatro señales complejas, subyace el secreto de cómo se ordena la materia, para detonarse en su pura y casi milagrosa conformación activa y replicante; autopoiética dirán muchos, más ¿Cuál detonación confiere a la vida, la suerte de clave de ingreso al código manifiesto, de permanente traslado de intensión y transferencia, de la seña que tras toda la vida misma sobre la tierra se conforma, en su máquina vital de acaso permanente instrumentalización de su intrínseco rigor de copia y alternancia?.
La vida alguna vez inició su marcha incesante de latido y transporte, no siendo aquella la suerte de espera inmaterial de la piedra, que muere su existencia a la espera del agente externo que la transforme, no, la vida es todo lo inverso a aquello, yendo a por las cosas, modificando su universo, o a lo menos su campo de interacción para sí y su destino. Es extraño, pues solemos hablar de la vida, como aquello que no muere, como si solo fuera ella la réplica incesante de su propio caudal de acción y entrenamiento.
¿No es la vida más que la no-muerte en suma, para verla más allá de su propia ausencia de sobrepuesta quietud, que suma milenios y épocas inmensas sobre sí, para darse ante el que mira su renacimiento, de forma causante de su ausencia de ingerencia?.
Puede mirarse la autopoiesis, aparte de lo que ya se ha dicho, y que desconozco afortunadamente, como el impulso incesante de aquella manera del universo, de desentrañar su propio ser en suma, de aquel que lo contempla; ¿es aquella “propia creación” una seña del trance fecundo de un número transversal, que detona en su compleja pertinencia, la abrupta y no despreciable manera de simularse ante sí, una especie de voluntariosa acometida sobre la cual hay tanto poder, como en todo el tránsito de todas las estrellas arremolinadas en su conjunto de seriales y vórtices fecundos?

¿Cómo no ver a esta helicoidal sugerencia de patrón y gestión como una clave, que se adentra en su seña, como compenetración del destino intrínseco de quien procede, y ante cuyo cuerpo y organismo se confunde?

Si miramos, a modo de contraste, al Jardín de las Delicias de El Bosco, desde nuestro simple conocimiento, ¿es que acaso no estamos dejando morir en esa opción, a la multitudinaria convergencia de vertientes innumerables y atingentes que, cual hoya hidrográfica inconmensurable, deja escurrir por sus laderas de flujo vertiginoso y complejo?
Bueno, y así todo, nada ingresa al trance místico de la verdadera contemplación meditabunda de la causa inicial y motriz, de la que denominamos vida, y que en suma es más que su muerte y menos que su impulso, sino como el modillón sustenta al balcón, que reluce cuando, de servicio, aquel elemento discreto figura su costumbre y esmero, de dar auge a quien sobre sí se aposenta. Y con tal limitación concentraremos a la vida como el suspenso general de la materia potente, en suma de sus partes, que concentran de un modo centrípeto, a la argamasa de factores detonantes, de una metafórica combustión del mundo, cual falencia ausente de estadía en la vertiente consecuente de su género y distancia, para estar en su ser de propia consecuencia. Intenten entender, la impotencia de este dicho, cuando solo se rodea en conciencia de la fuerza esquiva con su espacio mediador del dicho, en relación con lo aludido.
Solo “diré a la vida” cuando el dicho casi la detone, cual conjuro inaugural, casi, sin perjuicio del recato.

Decir la vida, en pos de su clave, como si fuera ella el entorno propicio del encuentro de la seña, de acceso de su múltiple generación consecuente en el sitio hecho estaca helicoidal de convergencia, de la centrípeta manera de estarse ella en su mundo, del cual se alimenta y se detona.

La vida es esencialmente centrípeta en su intrínseca generación, sin perjuicio de establecer el sistema de engarce en su campo de pertinente estadía para con el núcleo de un siempre mayor contexto que la abraza y justifica, acaso, como si desde ella se explicara la comparsa de materia establecida en pos del ámbito obstruido. Cual vida que serpentea por la fuga del encono de su campo hacia su cima.

¿Cuál es la cima del campo de la vida que ella justifica y señala en su serpenteo febril, desde un camino virtual que no sabe de rastrero desarrollo, pues ella, la vida en suma, se vierte desde tantos modos diferentes, tras su aroma y su señal introspectiva?

Y así, ¿ante cual sinergia pertinente se deriva, su mantenida gracia de elevado gozo y feliz retorno, como si de ella dependiera aquello, que no vive, cual sino agreste de entronada e impertérrita persistencia?

Pero así y todo, ¿cómo persiste la helicoidal pose de su tránsito confuso y finito, si establece su morada en la perdida matriz de todo aquello, ante lo cual no es ella, su albergada matriz, sino un universo estanco desde el cual se entrampa el medio virtuoso, de próxima inherencia y distante indiferencia?

Seremos acaso carne de tales potencias y dependencias más no estaremos atentos a aquello sino como estambres llevados por el viento limítrofe del tiempo y su retorno, ante el cual esperamos atentos y displicentes, pues ya todo se abre a nuestras manos fecundas e invasoras, cual gajo febril e incesante, de cuyo zumo bebemos hasta hartarnos, sin pensamiento o refriega limitante.

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- Ácido desoxirribonucleico (ADN), material genético de todos los organismos celulares y casi todos los virus. El ADN lleva la información necesaria para dirigir la síntesis de proteínas y la replicación. Se llama síntesis de proteínas a la producción de las proteínas que necesita la célula o el virus para realizar sus actividades y desarrollarse. La replicación es el conjunto de reacciones por medio de las cuales el ADN se copia a sí mismo cada vez que una célula o un virus se reproduce y transmite a la descendencia la información que contiene. En casi todos los organismos celulares el ADN está organizado en forma de cromosomas, situados en el núcleo de la célula.
- Cada molécula de ADN está constituida por dos cadenas o bandas formadas por un elevado número de compuestos químicos llamados nucleótidos. Estas cadenas forman una especie de escalera retorcida que se llama doble hélice. Cada nucleótido está formado por tres unidades: una molécula de azúcar llamada desoxirribosa, un grupo fosfato y uno de cuatro posibles compuestos nitrogenados llamados bases: adenina (abreviada como A), guanina (G), timina (T) y citosina (C). La molécula de desoxirribosa ocupa el centro del nucleótido y está flanqueada por un grupo fosfato a un lado y una base al otro. El grupo fosfato está a su vez unido a la desoxirribosa del nucleótido adyacente de la cadena. Estas subunidades enlazadas desoxirribosa-fosfato forman los lados de la escalera; las bases están enfrentadas por parejas, mirando hacia el interior, y forman los travesaños.

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