viernes, 27 de junio de 2008

Trance

El pensamiento escapa como si fuera la hoja dispersa de la bruma apoderada, y así se deja ir cual deriva que se entrega en su vaivén de estambre detenido en la cosecha febril del avecilla enconada en su disputa y su extracción. Severamente se abandona, la mente, como el navío en su timón desencajado y en distendido afán desencontrado, pero en suma no hay conciencia si de ella dependiera la retórica y el brío, no, claro que no, claro que es de distraídas formas que el vacío se aparece, fecundo y potente desde una distancia recogida en los ámbitos de apertura y confesada lucha, cual contenta y manifiesta turba febril que se suma al tránsito diluido del rango y la ley que se antecede a su manifestación de apurada y fértil tronadura. ¿Cómo así?, me digo, ¿cómo se deviene el vendaval de su propia respuesta, que decae en la estallida manera de entreverse la discordia?, por decir la suerte y no decir la melodía, para ser en la fuerte y repentina reja de pórtico y arcada desplegada. Abstractamente, claro, dejamos la cordura de un lado del camino, en su propia costumbre de guiar con la seguridad de la ausencia de sentido, que guía su propia mesura de fuertes y arrebolados entremeses de sonidos y leyendas difusas, con su estancada maledicencia en pos de la blanca, nívea y argentina deformación del mundo para su propio arbitrio y la extemporánea subjetividad que requiere de maleza, como la flor se arranca en su destreza de belleza y estremecedora debilidad. Piense cómo extrae la flor su hermosura, cuando del jardín se enseñorea, en su egocéntrico clamor de limpieza artificial contra la que todo torso y las columnas de los hombres se parten, en pos de una especie de blancura y aroma poderosos en sí, mas, no podemos decir que tal fuerza centrípeta dejaría al jardinero presa y esclavo de la belleza, ya dijimos que nutre su fragilidad de la destrucción de la flor agreste, que en su pasado supo de rencores vegetales de poder y parasitaria fortuna, en derredor de todo maldito y sereno clamor de fragilidad, engañosa como lo dicho, que ya de poder se sabe el árbol mecido por el viento, que no tuerce su ascenso por dejar torcer su momento. Tal absoluto dicho les regalo, al decir lo que no digo y dejar entornado todo a suma de estremecedora sutileza disfrazada de torpeza. La vida es eso; parapeto de lo dicho en lo silente. Termino así. Que Dios los bendiga y los abrace como suele hacerlo con quien se entrega a su palabra florecida.

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