A parte de cualquier cavilación, los ámbitos (por llamarlos de algún modo) de la vida que llevamos en nuestro interior, son una mezcla subjetiva (como no) de urgencias, anhelos, prioridades íntimas y presencias inevitables. Todo esto nos entrega una cierta manera particular de vivir y percibir aquello que podemos denominar realidad.
En este sentido, el arte cinematográfico (que usaré como referente ilustrativo solamente) puede entregarnos testimonios impresionantemente verídicos de cómo todas sus partes, elocuentemente se van constituyendo. Podríamos, acaso, decir que la obra de arte cinematográfica suma expresión implícita de estas sucesiones imprevisibles que, finalmente, configuran la muy particular síntesis o resumen “vectorial” de sus actores delante o detrás de las cámaras. Es como si, para citar un ejemplo manifiesto de esta especie de pastiche vital de cada quien, bastara aludir a alguna película existente, a modo de aproximación veraz de aquellas vivencias que nos bañan, nos abrazan y nos rodean. Tal poder tiene el cine, a modo de sombras latentes con las cuales nos identificamos. Y tal poder es aquel que se enlaza con la mismísima capacidad del cine de manifestar su temporalidad en la sucesión de avances, retrocesos, expansiones, contracciones y/o cualquier otra deformación a voluntad de la supuesta homogeneidad del transcurso del tiempo, que nos apresa y nos engaña en su aroma de implacable regla de sometimiento.
Si nos observamos atentamente, veremos que esto que digo es muy evidente; nadie vive su vida linealmente, y los sueños (llamémoslos así) nos atraviesan en cada momento, transformando lo que vemos en explícita manifestación simbólica de lo bueno o de lo malo. Me explico. Vivo mis rutinas, una encadenada a la otra. Ellas son luminosas o sombrías, en la medida en que calzan o descolocan a nuestros deseos o a nuestra noción de lo adecuado, por decirlo simplemente. Entonces la objetividad que se nos antepone es resta del fulgor de la vida, sin perjuicio de que ella es tan vital como el oxígeno, ya que desde ella nos centramos y nos ubicamos en el mundo, dentro del trance verídico de nuestra natural interacción.
Todo esto y más. Pero consideremos esta interesante manera de ver las cosas del cine, para cuando intentemos compatibilizar ámbitos de vida que tienden o persisten en hacerse no-contiguos...
Resulta que, por anteponerme mis contados contextos prioritarios de estos días, he decidido que tengo la imperiosa necesidad de anotarlos e inventariarlos, para destrabar una temporal y nada de urgente sequedad al escribir. ¿Qué tenemos entre manos?, pues tenemos un par de asuntos que por razones de pudor simplemente formularemos en su mayor abstracción…
…llevo una vida en la red, completamente independiente de la vida que llevo fuera de ella y mis relaciones, interacciones y contactos “allá”, están completa o prioritariamente desvinculadas de lo que “acá” me sucede (si no llevara el mismo nombre “acá” y “allá”, sería todo esto ni más ni menos que patológica enajenación, a mi modesto entender).
Entonces, englobando lo expuesto distingo prioridades de un mundo y del otro;
- Acá cultivo mis afectos.
- Allá cultivo mis anhelos.
- Mis afectos son una condición intransable en mi vida, al punto que ni siquiera por un segundo he pensado tocar o conmoverlos con lo que “allá” ocurra.
- Acá el mundo es un mar, cuyo oleaje gobierna y condiciona.
- Allá el mundo es un espacio permeable a las acciones y a las señales, por cuanto su complejidad es ínfima y acaso mucho más controlable.
- Al mundo real no lo puedes controlar.
- Al mundo de la red puedes intentar controlarlo, y no resulta disfuncional, o insano hacerlo.
- El mundo de la red es ínfimo en coordenadas.
- El mundo real es, perceptiblemente, infinito.
- El entrecruzamiento de lo que aquí ocurre, en relación con lo de allá, obedece a actos explícitos y puntuales.
- Lo que allá intento detonar es propio de mis opciones y de un ejercicio personal de libertad.
- Lo que acá vivo no tiene alternativa, en la medida que mis actos se encadenan directamente con mis afectos.
- Mis afectos son lo más importante, al punto que todo lo demás, ya sea de aquí o de allá, es absolutamente menor, franqueable y renunciable en un momento dado.
- Efectivamente hay una vida que vivir en la red y, también es efectivo que fuera de ella hay una vida diferente (como hacemos hincapié en estas palabras)
- Lo que se vive en la red está directamente relacionado con las libertades, sean cuales fueren ellas para cada quien.
- Lo que se vive por acá, está directamente relacionado con el deber, sea cual fuere aquel impuesto.
-En la red no tengo por qué tener afectos. No es un imperativo esencial.
- En esta vida de acá, la del mundo físico y complejo, es un imperativo irrenunciable construir desde el amor.
- Las vidas aludidas, ambas, en lo personal se complementan.
- Las libertades que siempre he querido es allá, en la red, donde mejor se logran explayar.
- Los deberes que nunca he eludido, es aquí donde deben concretarse.
- Sin perjuicio de lo anterior, cada día que pasa consolido más mi opción por “seguir siendo” en la red, con la condición de que esa continuidad ontológica sea eso; un continuo, pero de límites distinguibles.
- Para terminar por ahora con esto, quisiera aludir al inicio de este texto, donde me refiero metafóricamente a un pastiche vital como representación o traslado de la propia percepción de la vida…
…pues bien, este pastiche actualmente se manifiesta bastante difuso (más de lo que quisiera) en los dos ámbitos aludidos, dándose acá cosas, que terminan explayándose allá y viceversa, siendo el mejor ejemplo el tema, troncal, de mi dedicación a lo literario. Ella, en el mundo real, siempre pide de múltiples y complejos asuntos, sin los cuales no es posible realizarla, cosa que en lo personal ha sido un problema sin solución.
A contra ejemplo, en la red no existen esas complejidades, y el hilo puro de la expresión escrita es, acaso, casi una condición esencial de la identidad que como persona requiero. En Internet publicar es prácticamente gratis, instantáneo, sin intermediarios , con la posibilidad ilimitada de corregir y mejorar lo publicado, de llegada directa e inmediata al interesado, el cual solo requiere, para acceder a lo escrito, de la más mínima alfabetización digital (saber prender un ordenador, saber teclear una dirección de algún buscador y saber buscar en ese servicio mediante alguna dirección lo más simplemente creada). Todo esto, eso sí, rodeado de una generalizada sensación de inseguridad, vulnerabilidad, plagio, robo, copia o sustitución de identidad, sumado al riesgo siempre presente de que puedas ser en cualquier momento simplemente eliminado en tus instalaciones y presencias manifiestas (“jaqueo”; sí, esta palabra en castellano sirve, aunque decir “Hackeo” es más exacto).
Es posible que el mundo de acá no diste mucho de estos últimos defectos, pero de igual manera nos sentimos más seguros.
Es extraño, es como si en la red el autocontrol lo fuera casi todo, y en el mundo de acá pasan cosas diferentes al respecto, pues intentar controlarlo todo te aleja y te restringe de las propias e intrínsecas plenitudes.
Entonces, para terminar, podríamos llegar a concluir que las imágenes, las sensaciones, los ámbitos, las acciones, las omisiones y las señales, perfectamente pueden comenzar aquí para terminar allá y viceversa, pero lo que no puede llegar a ocurrir(me) es el llegar a confundir ambos universos, al punto de que me sea indiferente adonde se logran los aciertos y los efectos de mis actos (en lo personal ha sido algo muy persistente y común, el que aquellas personas con las que más me trato y me relaciono en “la realidad”, simplemente eludan, se aparten y evadan todo trato y alusión al tema de mi presencia en la red; es como si se sintieran molestas e incómodas en este ámbito. A veces me intento dar alguna explicación al respecto, y nunca he logrado entender esto. Provisoriamente tiendo a creer que estar en la red con una presencia desplegada en identidad y relativamente transparente, provoca en los más próximos una especie de rechazo, nacido a partir del pudor que podría tenerse ante quien se encuentra caminando en la calle desnudo. Pero nada de esto está realmente claro; tengo muchas amistades, hartas la verdad, son mucho más de cincuenta personas de este tipo con las que me trato, y con ninguna de ellas he logrado establecer un contacto interesante en la Internet. Ahí (en la red) me trato con otra gente distinta, diferente acaso).
Siempre debiera estar muy claro para cualquiera de nosotros adonde queremos terminar con lo que hacemos, para no dar por concluida la interacción aquí y allá hasta que los ciclos se cierren, las plenitudes culminen, y los ámbitos se realicen por completo, preferentemente por separado y manifiestamente en conjunto, como suele actuar nuestro cuerpo, que entrecruza los hemisferios, y antepone la simetría.
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