[De mi antigua bitácora. Fecha original de Publicación 5 de Octubre de 2005]
De alguna manera, vivimos en una suerte de límite final de las cosas apostadas hace siglos por el hombre moderno. [prosa poética]
De una manera instintiva, en un abrir y cerrar de ojos, decidimos dar la vuelta a la Fe que nos vestía de confianza plena, sin más base que nuestra alma solitaria ante los bosques oscuros de la edad media europea, y nos asomamos por entre los árboles que nos ocultaban, para preguntarnos de un modo inaugural alguna cosa esencialmente desvinculada de nuestra vida especialmente estructurada de respuestas automáticas y no necesariamente ciertas, pero llena del germen de esa curiosidad artificial que comenzó como una suerte de plaga de hiedra a inundar toda nuestra existencia por el pasar de los siglos. Recordamos que existían en unos contados lugares una serie de libros virtuales o explícitos, que decidimos conocer, para descubrir que el sentido no apuntaba a terminar de comprender, pues era un mar de incertidumbres el que nos seducía, a modo de canto de sirenas. Y comenzamos a caminar por entre las parciales respuestas desarrolladas de un modo instintivamente lógico, a contrapelo de los errores que nos obligaron a ajusticiar a más de algún adelantado. Sonreímos ante las expresiones de descubrimiento ajenas, pues no es otra cosa que la burla, nuestra arma más poderosa, la que trasmite la desconfianza necesaria con la cual imprimirle a los hombres el paso cancino de los viejos potros del entendimiento, a la par con el lapso de las décadas, sin más consuelo que una que otra herramienta o vestigio de visión, capaz de hacernos sentir que avanzábamos por entre la maleza extraña con una que otra piedra sobre la cual apoyarnos.
Dios se fue transformando para nosotros en una suerte de maleable espejo de sí mismo a cuyo abrigo era posible guardar el poder de quienes necesitaban establecer mandatos oportunamente duraderos, con el fin de lograr asentar las bases de cimientes de medianas capacidades de progreso, pero de una inefable capacidad de consolidar la continua línea fija e inquebrantable del poder sin más razón que el origen cortesano.
De una manera imperceptible se ha infiltrado el conocimiento por entre los hombres, por un puñado de tipos sombríos y poco dotados físicamente, quienes han sentido la borrachera de una permanente tempestad de búsquedas constantes por entre los signos de debilidad que amenazan con quitar la vida a quienes desoigan la Palabra de la astucia y la malicia eficiente.
Todo ese tiempo fuimos víctimas de nosotros mismos, con muecas de olvido y templanza fingida. Hemos sido capaces de forjar una suerte de continuidad de las cosas que nos atontan en nuestros caminos de búsqueda de la exaltación, para sobreponer capas de logros leves, y bordes de efímeros aciertos notables.
Bañados de la injusticia de todos, del olvido y de las prioridades basadas en los principios impuestos, sobrevivimos permanentemente mediocres, pero vestidos de trajes ajenos de gloria imaginaria, efímera y fugaz. Somos todos parecidos pero nos reímos de las bandadas que se mecen con las ondas de la tendencia general, acorde a los vientos que se abren a lo largo de un planeta que decimos poseer, de tal manera que los árboles, y cuanta vida hay en sus predios perfectamente cercados, están bajo nuestra mano impostora y prepotente. Luego vamos buscando la paz y las virtudes de los libros, pero rebotamos en esas sentencias. Somos seres humanos, olvidadizos y sonrientes. Somos perfectos, a imagen y semejanza de nuestras divinidades, infinitas, pero de horizonte alcanzable. De alguna manera seguimos siendo los mismos tipos que arrastraban carne y leña a las cavidades de los montes y laderas, pero con una elegancia digna de un arco iris. Nos reflejamos en nuestra capacidad de contemplación y, soberbios, respiramos hondo, para dormir relativamente calmos, ante un futuro homogéneo y predecible.
Y cada veinticinco a cincuenta años nos dejamos sorprender por la presión de las tendencias libertarias, más preocupadas de lograr majestad explosiva, que ordenamiento revolucionario. Todo es explosión durante lapsos cortos, y bajo esas humaredas descansa la misma vocación de letanía, bajo el árbol sereno del logro propietario. Siempre es lo mismo. Y como no ha transcurrido poco tiempo en estos siglos de luces intermitentes, al auge del conteo de fenómenos reales se han sumado una suerte de alegría virtual a modo de rescoldo ardiente de brasas moribundas. La raza humana decae en un ciclo sin fin de parasitismo interplanetario velado. Y por lo anterior, más pronto que tarde seremos una luz tenue atravesando la negrura profunda del ajeno mar del silencio y el vacío, donde las moléculas se esparcen tenues y débiles, a lo largo de los decenios de calma inerte. Extraño lugar el cielo de todos, diremos. Nosotros que avanzamos por entre la nada, disfrazados de emisarios tristes y altisonantes, apoltronados en tronos calzados tras nuestras espaldas. Escribiremos la historia del silencio eterno, sentiremos la eternidad del paso del tiempo en sentido general. La esfera de la eternidad nos suspenderá los cuerpos de seres abandonados en supuestos agujeros de agonía. Seremos una especie agonizante, suspendida de ciertas vidas entregadas al hastío del viaje sin fin. Alcanzaremos la velocidad de la luz hechos materia vibrante, y la música de nuestros genios serán binarios asomos de verdad ritmada.
Pobres de nosotros, asoladas chispas de temporalidad sin norte conocido en un universo forjado a lomos de potro cósmico galopante, danzando la borrachera sin final de una esperanza perdida. Entonces qué somos nosotros, los engendros de polvo estelar aglutinados en torno a carbón ardiente, sin sentido ni percepción real de la justicia de ser en islas de ruido altisonante. ¡Cómo las olas del mar nos acallan nuestros mayores sueños de grandeza!, siendo el límite de mundos inversos donde se está siempre al acecho de lo otro; de lo que no se tiene. Nunca hemos poseído el universo; siempre lo miramos desde afuera; desde nuestra casa perdida en la soledad del arenal.
Y algún día, quizás, y antes de la partida, un pequeño e insignificante personaje establecerá las leyes de la torsión de los espacios múltiples y diversos. Y avanzaremos como enanos engreídos a la búsqueda de otros racimos de eternidades. Pero siempre iguales; inconformistas y sedientos de compañía. Perdidos entre nuestros pensamientos solitarios. Raza de agujeros negros atragantados, por el émbolo de nuestra codicia triste y sedienta de ilusiones.
1 comentario:
Debo reconocer que este texto es especial para mí desde un punto de vista particular; es el primero en el que lisa y llanamente dejé de lado todo ordenamiento referido a la "redacción" propiamente tal; este texto no está redactado, pero tampoco es caótico.
Lo que pasa es que decidí, en él, dejar que las cosas fluyeran simplemente, en una suerte de estado de letargo al escribir. Acaso es la primera vez que me concentro en "meditar" mientras escribo.
Hay defectos de potencia y finiquito, como en el fragmento "Nosotros que avanzamos por entre la nada, disfrazados de emisarios tristes y altisonantes, apoltronados en tronos calzados tras nuestras espaldas. Escribiremos la historia del silencio eterno, sentiremos la eternidad del paso del tiempo en sentido general"; este final, en punto seguido es malo, pero rescato el texto igual, pues a partir de él es que llegué a algo bastante mejor en "El Derrumbe", texto 100% meditado y plasmado como "Acta" en propiedad.
Eso sería.
(No quiero estar en la eterna espera de los textos perfectos que acaso lleguen alguna vez, pues el tránsito tiene su valor también)
Buena semana, y sorprendido una vez más por el incremento en las visitas; mi entusiasmo no puedo reprimirlo)
Publicar un comentario