jueves, 24 de enero de 2008

"Crítica Gastronómica" para Príncipes y Cenicientas de un País en Vías de Desarrollo del Cono Sur del Continente Americano

[hablaré de dos cosas diferentes, que convergen a la mente como muy ligadas, y contrarias por cierto]

Si supiera lo que se viene efectivamente tras estas letras que redacto, francamente no sería escritor (que lo soy por cierto). Cuando navego por la suerte de soltura de tecleo, ante los tipos destinados a presionar la seña de fracción informe pero esperada, solo alcanzo el salto ante un futuro mortecino, que se nubla en su defecto, hecho acierto o desacierto, en la plena fortuna de un trino fecundo.
La victoria espero en cada acometida, y esa victoria es cierta en mi estómago y en mi corazón, acaso, cuando veo y releo que las letras se juntan en palabras, que se sueltan en su aspecto y se hinchan en su travesía. La palabra, me digo, es como la fragata empecinada en su rompiente, tras la cual destella en brisa y flotación. No espero nada sino victoria y acierto de la literatura; nada espero sino un éxito rotundo y sagaz, del cual reconocer los mundos que se despliegan como las alas de un gusano transfigurado. No hay sino esperanza en mi afán; nada sino penetración viril, respetuosa y sosegada en inseminación; tan natural como si yaciera en placentero coito enamorado. Y así me repliego a mi existencia, tan varón como obsoleto parezca serlo, cuando todo se confunde genéricamente, y solo entreveo mareas de insegura moda y tendencia, pues, si nunca se los he comentado es ahora el momento, mi país, a mis cuarentaiún años, se me luce como un manojo de personitas, que aparentan un lujo y un estilo de cuarto enjuague, que solo los viste, como acaso se vistiera una mona, con las ropas de una novia reluciente.
A principios del siglo XX era París; hoy por hoy es el mundo diverso al que se debe (y como que hay un Dios que se intenta) hacerlo parecer como el vasto desierto de pose y refriega manierista, para ser con la clase ajena e imprevista, hecha contrastes de toscos muros de roca potente y entregada en suaves paños verticales antepuestos y adornados, por la brisa más leve y sutil, expresada hasta en los más recónditos basurales tornados en apuesta, escenario y aurora de lujo y esplendor, cuando se tiene la copa del vino más insigne, tras el cual los ropajes detonan el destino de todos los iguales, relucientes con su propio ademán, banal, como sus vidas, que solo se nutren de ausencia, tras la cual se comenta y se conversa, como si las vidas fueran lo otro que se dice y se discute. Tontería tras tontería; moda tras moda y cliché tras cliché. La gente (dicho en buen chileno) está sumamente atontada en su travesía torpe y ridícula, tras las señales del diseño, el arte, la fineza, el estilo y los espacios pertinentes. Todo es marca; todo es comentario gastronómico adecuado; todo es “haber conocido un rinconcito encantador de un lugar imprevisible y desconcertante a extremos de fineza sorprendente, adonde se degustó un licor o una comida exquisita, que en ninguna otra parte puede hallarse”; entonces en horas de extensa tertulia en los livings y las terrazas minimalistas plagados de detalles detonantes, se habla de esas cosas, como si la vida se debatiera en esos manifiestos de patética apariencia. Y es tan triste ver a la niñas de origen humilde, ser tan refinadas como aquella otra señorita de cuna de oro, que se deja estar y se sonríe con suficiencia (canalla), cuando ve este espectáculo generalizado de revistas, televisión, periodistas, turismo, viajes, registros, gobierno de estado, diputaciones, enlaces, cocktails y bailes a horcajadas, ante un mundo atontado y hecho tara de brillo, rugoso, texturado y refinado en vestuario diverso y detonante.
Y uno aquí, buscando un mundo desconocido, del cual no establecer distingo propio ni eterno, salvo en el propio surgimiento abrupto de espacio, lugar, trastienda y gesto coherente, sin preconceptos, o a lo menos ante ellos, anhelante.
Contrastado esto y aquello, no veo sino soledad de pensamiento, cuando desnudos todos quedamos, la mayoría, ajenos de todo lo que nos echamos encima, que no sea propio de nuestra propia esencia de autora potencia, y evitamos todo inequívoco romance con la ciega presencia de la vida incierta, ante el destino creativo, ya que carentes del don creador, los hombres, las mujeres y los niños, no son sino lastimeros borreguitos, despojados de la tibia lana del reducto y del abrigo, adonde las entrañas se parapetan y se nutren del eco lejano de propiedad y orgullo anónimo y fecundo.

¿Adonde vamos, así, con el eco del pendón y la mueca como ofrenda?

A ninguna parte, por los mil demonios, a ninguna parte, salvo hacia un rincón añejo de vidas desgastadas, cuando la juventud se retire, los trajes se apolillen, y queden los huesos secos de los ancianos, que dilapidaron sus vidas, pudiendo ofrecer solamente suspiros melancólicos de noches y oropeles oxidados, ante un auditorio impotentemente expectante.

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