[De mi antigua bitácora. Fecha original de Publicación 7 de Marzo de 2007]
Para alcanzar a sentir lo que en realidad es este tipo de pensamiento, no basta con decir que hay que abandonar toda imagen, pues la utilización de ellas puede, inclusive, estructurar la manifestación de sentido puro que a veces se quiere expresar.
Pienso en textos milagrosos, no puedo evitarlo, en los que la manifestación de lo que se quieres es, en la medida en que desaparece el puente y comparece la distancia que el puente quiere cubrir, con su nexo entre dos orillas distantes.
Aludir a la abolición de la imagen y la figura, puede ser inclusive más tendencioso en el sentido inverso que simplemente elaborar expresiones puras, con la pura conjunción de disparidades evidentemente desvinculadas y apartadas de contexto elocuente. Entonces es en esta suerte de yuxtaposición “por contraste” en donde suelen aparecer las fuertes abstracciones del lenguaje.
Los textos apuntan a algún lugar. Si no es así, ellos pueden o no pueden existir indistintamente, por cuanto la carencia de sentido es la carencia de identidad; luego, resulta elocuente esto de tomar a un manojo de palabras y esparcirlas por un escrito para no decir nada evidente, como por ejemplo (invento al pasar que…) son laudables las consecuencias que se enfilan hacia la simpleza. Al decir ello no puedo dejar de requerirle razón de existir, y ella se manifiesta de igual manera; la carencia de sentido es casi un imposible entonces.
Picasso decía que no concebía el arte abstracto en cuanto renuncia a la figuración, por cuanto el hombre no configuraba así su expresión, dándose siempre la manifestación de la figura desde los recónditos lugares del alma y de la experiencia. Como que era enajenante dejar la figura para buscar la forma en sí, cuando ella no es sin su contraparte, podremos decir.
De alguna manera (y espero que no sea solo retórica) la Forma se configura desde la composición de expresiones simples o inclusive complejas a ultranza, que no pueden dejarse llevar hacia el mundo sin la genuflexión de la abstracción pura ante su impotencia de ser en el mundo exterior.
La Palabra tiene su raíz en unas complejas sucesiones de ruidos, onomatopeyas y consonancias, desde las cuales despegaron hacia su simple exposición disponible.
Y en general tendremos que, sin perjuicio de lo que las palabras constituyentes puedan requerirnos de nuestro conocimiento, experiencia memoria o imaginación, ellas serán, o podrán ser más bien ladrillos tan libres de estructura cuando se los tome, como el color más puro, abandonado de toda textura.
Lo anterior a requerimiento de la capacidad dual elemental del hombre que dice relación con “elevar-reducir” cualquier evento de cualquier grado de complejidad o simpleza a su más simple conformación terminal, la que podremos denominar como “unidad-discreta”.
Es muy fácil todo esto, y ya en determinadas ocasiones lo hemos aludido; todo es “aquello” o es “aquellos”, como un conjunto cualquiera puede ser el conjunto “Población Humana” como pueden ser “las personas, todas y cada una por separado del mundo”. Tal dualidad elemental (tan elemental como relacionar la claridad con el día y la oscuridad con la noche) es la evidencia de la ambivalencia del ser ante la conciencia y la aprehensión.
Luego, todo elemento o evento del mundo o de las potencias del universo (por irnos al otro extremo) serán simples o complejas en la medida en que se dispongan ante quien las concibe, sometido a su subjetividad de iluminación desde su voluntad o abandono creador.
Y por lo anteriormente expuesto es que el pensamiento abstracto en la literatura no obedecerá necesariamente al abandono de la figura, la imagen o sus términos intermedios o limítrofes, pues ella logrará su abstracción, mayor o menor, en la evidencia implícita de su sentido, el que es La Abstracción de la literatura, básicamente.
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