
Somos individuos establecidos en la medianía exacta entre la agreste llanura reseca y la inmensa agonía del levante cósmico inconmensurable, y desde esta plenitud provista es que actuamos, tan naturales como los primeros, y tan merecedores de espacio y desarrollo como aquellos emplumados aborígenes que le cantan al sol y a los ritmos que les gobiernan, a espaldas de la robótica y la inteligencia artificial.
Patéticos occidentales aquellos que se empluman y disponen en vestimentas y ademanes tribales, a la sombra del cartel de neón y de su propio enojo e inconformismo.

Entendamos lo siguiente: hay algo, que podríamos denominar como “síncopa de los externos requerimientos”. Ese algo nos conduce y dirige hacia nuestro destino, entrecruzado con la diestra disposición interna para ver hacia lo abstracto y permanente. Nunca hemos abandonado nuestra naturalidad; lo que pasa es que pulsamos, desde el arraigo al tránsito, como siempre lo hemos hecho, sin perjuicio de que el campo en cuestión se expande y de que nuestras fronteras se resisten a ser superadas.
Como siempre; todo sigue como siempre.
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