viernes, 7 de octubre de 2005

La Transversalidad de las Cosas

Simples sentidos de orientación físicos y metafísicos nos gobiernan. Aquí va uno, o a lo menos un intento de aproximación, acaso.

[prosa poética]



Como el paisaje que siempre se atraviesa a nuestra vista, así se desplazan las vivencias ante nuestro espíritu incansable, adictos a los cambios de estímulos. Buscaremos incansablemente el absoluto que se expresa, según nuestra capacidad, en rasgos o heridas abiertas de escala variable según sea el alcance del rabillo del alma. Pues enfrentamos las realidades y dejamos pasar sus costados como hacemos con todo patrón al alcance de nuestro dominio, como las palabras que se dejan llevar por los vectores sutiles de quienes las gobiernan, como nosotros mismos, que siempre seremos gobernados y a la vez dirigiremos las líneas rectas sobre las laderas de la conciencia, al unísono de ciertos restos de solitaria inconciencia capaz de dejarnos pasivos de cuando en cuando si repentinamente alguna realidad insoportable nos aqueja sorpresiva o anunciadamente. Buscaremos como locos la dicha y el bienestar dejando de lado los deberes atormentantes y silenciosos. Transversalidad es la palabra que nos deja como navíos al garete. Seremos y fuimos desatinados cascarones de sosiego en un mar bravío de desafíos. Incansablemente rebeldes a destiempo, nosotros los que dejamos pasar el paisaje de nubes blancas, pero nos tragamos elefantes marinos cargados de negación.
Hijos del paisaje pero esclavos del oleaje, con ambos ejes, ya lo dije, transversales. A veces fuimos torpes agentes de la aparición y el resurgimiento, pero en destiempos. Ah! extrañas palabras hijas de su ley diversa, escabullidas por siempre bajo el tapete, pero al servicio de quien humildemente les tire del borde de la falda. Hombres y palabras, como trino y pájaros; unos con el abismo a flor de labios, los otros con el reino de las armonías a flor de cantos sutiles. Cómo somos sino como los pájaros que cantan a sus llamados más esenciales sobre tenues ramas. Nosotros somos así, cantando al interior de los espíritus con nuestras obras más queridas, tras años de templanza buscada y desencontrada, dejamos hijos y edificios arriba de los cerros y los montes, pero buscamos siempre una extraña consagración hija de cada rincón. Consagrados todos en pedestales propios, artistas de todos los oficios y ademanes, capaces de establecer los propios olimpos sagrados, a destiempo del resto, dejados de la mano del talento algunos, nunca les faltará el genio para establecer los propio paradigmas de grandeza, siempre imaginaria, tirando hilos de ariadna infinitos, cruzados con otros trinos y cantos, pero sordos ante los más deslavados y abiertos páramos naturales. Soterrados autistas de obra e imagen, en un canto de contrapuntos casuales. Podemos ir y estar arriba de una brisa tenue por una eternidad de tiempo o espacio. De todo somos capaces con tal de consagrar las propias autoridades. Las escuelas se suman, algunas en la punta de los acantilados, encerradas en sus discursos dogmáticamente violentos. Invitan a quienes creen dignos de sus oídos, pero a contrapelo se burlan de cualquier giro de estilo o dirección. Somos todos una escuela en tránsito de su propio poder de obrar en otros, como si se tratara de encarnarse en las pieles ajenas; de aquellos que despreciamos al punto de querer robarle sus propios rumbos. Y a la vez los otros, que siempre terminamos siendo los mismos, sabemos de esto y dejamos que la melaza picada se entrabe en nuestras articulaciones, de manera tal de hacer de cada gesto una dulzura extraña y añeja. Sentido de atravieso de las cosas ante nuestras retinas de sangre roja como el ocaso, Sentido ese que nos atrapa a conciencia. Soñamos con él como sueña el pez con su propio anzuelo, henchido de la carnada más suculenta. Atravesado sentido de destinación; destinado rumbo pertinaz; Destemplado trazo al vértigo; Cimbreante rama en el borde de la llama; candente entrega al fondo del caldero; eso queremos ser o seremos; pues del triunfo aparente o real nos alimentamos, a la espera de la muerte a consonancia o a contrapelo de la vida; pues morimos cada día un poco y resentidamente resucitamos. Buscadores de espesores somos; ansiosos de la embriaguez del triunfo y del fracaso, a sabiendas de sus engañosas apariencias. Poetas los hombres, poemas las cosas, versos los pasos, aciertos los trazos seguros, y todo en un contexto de avances y atraviesos, pues nos acechan los cruces de coordenadas, para ser complejos, a contrapelo de nuestros fines austeros y precisos.


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