viernes, 21 de octubre de 2005

El Acorazado Potemkin

Sergei Eisenstein; Director [1925]

Entre las sombras tamizadas de los ojos crueles del mando, se fragua una disputa mezcla de humillación y resentimiento, sumado a una vergüenza que se expande como un globo henchido con el vaho de la pobreza. Finalmente una escaramuza triste se vuelve hacia los fusiles oficiales, que dudan y caen hacia el acero de la cubierta, mientras los tenientes y el clérigo escapan hacia los pliegues de su propia cobardía, hasta el punto en que el cabecilla cae muerto al agua por culpa de una bala predecible. Anochece en el puerto en un manto oscuro de siluetas marineras, recortadas por grúas y velas de buques melancólicos. Odessa se vuelve al duelo del marinero baleado, desde el cual se detona una furibunda algarabía, la que sobre el manto inclinado de una escalera extensa, desarrolla la coreografía de su propia muerte, en oleajes de pánico y balaceras, sobre las cuales desfilan las botas del Zar, como bayonetas de soldadesca matarife, descendiendo hacia la orilla de una costa replegada. Un cochecito huérfano, a destiempo, cae escaleras abajo, en la diagonal del abandono y la sangre negra del filme, mientras las manos vivas se mecen entre los ademanes de la agonía. El acorazado Potemkin desgrana entonces sus obuses sobre palacios y columnas. Se pone de pie un león frío y pedregoso, caen las molduras, se derrumban las murallas, y se alza una esperanza escénica, que estalla en gritos y saludos desde y hacia la costa. Y así se nutre el borde de la ciudad puerto en una argamasa de venganza y justicia como la espuma de oleajes de un inicio algo romántico.


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