sábado, 13 de febrero de 2021

EL CERRO COMO SALIDA

Algo tiene el terreno agreste y natural que me calma. Ahí estoy afuera, casi sin referencia, orientación, causa, sentido, misión o deber. En el cerro, en la precordillera, no tengo más deberes que los del autocontrol, la sobrevivencia y el recorrido. Ir al cerro es reducir al mínimo los pies forzados, las sofisticaciones, la multiplicidad de coordenadas, de deberes, de obligaciones, de ocupaciones, de responsabilidades. Sólo es uno a favor de las precauciones de seguridad y ante los infinitos detalles impredecibles de la geología, la vegetación y la fauna que se entiende, pero no se toca, se admira pero no se interviene, se ama y se respeta como es.
No es el paisaje, es su tamaño de confín y la diminuta inserción que padecemos, como esporádicos visitantes. Sin tocar, sin mover, sin alterar; desplazándose, casi, como un elefante en una cristalería. Y para eso está el sendero, trazado como un cordón sin ancho; pura longitud, casi un vector inmaterial, cual cuerda tensada entre la nula expectativa y el calculado retorno.

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