Sinestésicamente la creatividad humana, cuando la percibo como espectador ante un proceso artístico, tiene un sabor a hierro dulce, un color grafito y una plena y edificante ausencia de placer, en cuanto estimula, en una parte importante, la intelectualidad, dejando al discernimiento en un especie de punto cero o "reseteo" de la propia inspiración, capaz de trasladar tal sinestesia a ámbitos cualesquiera y del modo que mejor parezca
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