Ante la evidente fatalidad de un estrepitoso fracaso de todo un sistema ideológico, siempre quedarán quienes, enajenadamente, no estarán dispuestos a concederle ni un ápice a las elocuentes evidencias que demuestran tal ineficacia por cuanto han basado todo su sentido de vida - e incluso su mezquina y servil estabilidad económica individual - en la esperanza de tales visiones de mundo y preferirán expresarse como enfermos mentales antes que reconocer que décadas y décadas de discursos y especulaciones estratégicas no han servido como se esperaba que lo hicieran.
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