lunes, 4 de mayo de 2009

El Majestuoso Pelaje del Perro Salvaje Africano


[Especulación sintáctica en relación a su apariencia, consistente con su acometida en la Sabana]

Cuando se cuenta más de tres en el pelaje de un cuerpo, hay multitud y complejidad. No así el felino cazador, sea tigre, pantera o leopardo, que circunda o delinea su pelaje, y tal señal es perfectamente comprensible al verse desplegada en el único gesto variable hasta el infinito. La cebra es otro caso donde simplemente se desarrolla un contraste dual de blanco y negro que entrama la multitud y la desperfila. La señal de la cebra confunde al individuo con la manada. La señal del felino aludido, estampa su flujo de cacería y parapeto, sumado al impacto de su presencia enfrentada.
Pero el perro salvaje africano es diferente. Su dibujo es gris, pardo, amarillo, blanco, negro y listado, y entre tales procesos de difuminado surgimiento, se esboza un verde fantasmagórico, dibujando su cabalgata de ramaje, tierra, pedregoso territorio y fugado desempeño. Caza en jaurías, a veces entre siete, y tal figura de pelaje es diferente en cada individuo, como en las otras especies, pero tal blanca mancha dispar sobrecoge, de entre los demás patrones identificables. Persigue su presa como parte de una suma de intentos, flanqueando, dispersando, agotando, sorprendiendo. La complejidad del perro salvaje dice de un pelaje en despliegue de carrera, impulso, resistencia, dentellada, silencio y parapeto.
Verlo cazar es una lección de trabajo en grupo; tal sistema es instintivo, y porta en sus entrañas el rol de su acción sincronizada.
Cuando persiguen a su presa avanzan en un equipo de diversos pasos, carreras, estadías, quietudes, desvíos, enfrentamientos, pausas, detenciones, entrecruzamientos y tramos de fondo compenetrado, según sea el pulso de su encargo individual. No hay patrón de comportamiento predecible para la presa; el equipo es uno en su fuga de roles cual giro diverso en pos de un solo objetivo. Es en casos como este donde no tiene sentido hablar de “unidad”, cuando aquella se esconde como parte de la estrategia. El licaón es uno cuando nutre la multitud acompasada que estampa su regalo de belleza en tropel bifurcado o convergente. Navega el perro salvaje siendo tormenta o navío, siendo ola o surfista, según sea un mar de obligación y roles latentes los que asume en su entrega de grupo y desaparecimiento.
Es casi como una entidad florecida en su matiz y contraste de velocidad y sigilo, como en un par de frente que surge y cubre la veloz parte que nutre cuando el costado arremete y recoge en su propia versión del vector potenciado y acorralante. Circundan a su presa, pero la enfrentan. Se alejan y potencian la flecha del más veloz que tuerce su lomo haciendo de su tranco esbelto un paso capaz de espantar a la vez que enseña un horizonte de escape infranqueable. Hablar de un solo animal en este caso, es tan absurdo como ver en el ojo el total de la mirada, y acaso será mejor ver su gráfico poder de hacer de la blanca mancha delantera y lateral que camina de atrás hacia adelante según el individuo, un guiño de mirada que busca reconocer a la parte de un todo que no es posible de entender en mi escape si paso o voy pues ni viene ni va su referente que horizontalmente desata el paisaje en su caza de verde fantasma entre negro y grisáceo portento pues trama su avance y puebla su campo que late en el perro que dista y que tensa mi cuerpo que empeña y que acaso despeña su diáfano abrigo de vida y cuidado. El antílope suele ser su presa, veloz y esquivo, de lo cual no sirve en demasía su estrategia solitaria, cuando huyen en tropel decididos y lineales, enfrentado a semejante obra de arte en guerra de presa y matanza. Segregado aquel huidizo y solitario bocado, no puede sino esperar que su suerte lo acompañe, pero ¿cuando puede la suerte hacerse en su camino si son múltiples los pasos en ritmo y elástico latido y pulso de mancha que suaviza el ojo ni sabe de muestra que augure el escape de suyo improbable?.
La mancha y su marcha es imprevista, no siendo posible entender su carrera sino como un chasquido de lomo pulsante en su trance de negro y clarisa frescura por tramo de cuerpo engastado en su fondo de planicie y pastizal.

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