miércoles, 27 de agosto de 2008

Ni es malo el “pecador” ni es bueno el “virtuoso”

¿Cómo lo digo para no estar en falsedad inicial?, pero ¿como no va a ser canalla el que arreglado en su enconado desaire al error del otro, se recoge en su actuar, como si la brisa y el vaho de la doncella impoluta, esquivara el hedor del desecho insoportable, por puro criterio y rezago de estética distancia confortante?, ya que el errático y torpe facineroso, no roba por gusto cuando se detiene ante la ajena impericia de olvido y abandono; no quiere perderse, no quiere fastidiarse, ¿quien va a querer hacerlo, si supiera que el gesto del trazo perenne de su desacierto, resuena en el abismo insondable del último peñasco adolorido del asteroide olvidado, casi por automática destemplanza?, y esto es así, porque no puede ver su trascendencia; es ciego aquel (somos ciegos nosotros), pero no es menos pecador ni más virtuoso el que se yergue, como el clímax de su propio reflejo fallido; “yo que soy un pecador” (se dice), y luego se detiene el tránsito del mundo a sus pies, y con tal derecho, torcido de decir lo que no siente, pero que siente que debe decir, se pierde con el mismo dolor del mismo peñasco aludido, de donde no vuelve sino como antojo malherido.
Y con tal recursiva paradoja perpetua, no es menos pecador el que pecador se dice, en el sentido de querer dejar de ser lo que en el fondo cree saber que no es, y por tal apuesta se protesta en cada esquina o tabernáculo, explícito o virtual. Y pecador deja de ser aquel, que se postra en su miseria, vista como mira el ojo del recién nacido en las pupilas de la madre transpirada y entregada a las manos del equipo, cuando de arrojos entrañables dejó seguir al mundo ser lo que puede terminar, en su propio vástago de amor y explosiva ofrenda. Reitero, cual trazo de obra que extiende su seña, en la escuálida blancura de su tiza temporal, el así dicho y condenado delincuente, ladrón, sátrapa, sinvergüenza, punga, criminal, delincuente, oveja negra, raspado de olla tiznada, que entiende que no se merece sino su propia condena de ser ante su vista la sombra de lo que pudo ser, en otras circunstancias, complejas como su propia vida, que cual madeja se entretejió para entregar semejante resultado, repone una verdad pasajera si se quiere pero fecunda en trance de estallido trascendente, que también encuentra eco en la más profunda grieta, también olvidada de otro mundo asemejado. Y así, pero a la inversa, el que nunca supo de fallo aparente, decae en su perfección cuando no puede abrazar al caído que trepa desde su miseria hacia aquellos que puedan acogerlo, por mucho que en su naturaleza te muerda la mano cuando lo quieras sacar del pantano, ya que como el zorro traiciona el deber del otro, así el desviado ser que tuerce la regla, no puede dejar su automático y asertivo aguijón, que seguirá, con la mala suerte de aquel, envenenando a su entorno, con todo lo que aquello implica.

Y no es así malo el pecador, ni bueno el virtuoso, y así se igualan los que nunca debieron por ciclo y manera separarse, pero el mundo se expande y se contrae para ellos, y desde esta materia de elástica factura se tensa la unión del hombre verdadero, que ni clava al bandido en su cruz, ni se atiene para ser crucificado.

Y de tal manera, intento poner a mis pies de entendimiento y novedad lo anterior dicho, pues no abrazo al perfecto, ni rechazo al defectuoso, ya que sufre el segundo, mucho más que el consabido, por su propia suerte y su propio contraste, y sabrá el primero cortar la carne sin asco, a sabiendas ilusorias de su propia virtud aparente, que decae en la pertinencia lograda, y se esgrime en su ropa y sus costumbres, refinando diseño y gusto acontecido, ¿puedo decirlo?, como si fueran, en colmo de astucia, las mismas fauces de la bestia adormecida.

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