La ciudad se compone de pulsos diversos y disonantes, expresados en la variedad de transcursos de formas, ya sea en lo espacial o en lo temporal.
Ella, la urbe, se esfuerza por compatibilizar sus afanes, regulando su espacio y sus tiempos.
El tiempo de la ciudad, y el espacio de la misma, se configuran según la voluntad de los hombres y nada más que por aquel afán, atendiendo a los inevitables factores externos, que, en la medida de lo posible son templados hasta allegar los resultados a lo ya expuesto como prioridad.
Los seres humanos tenemos, como no, muchos tiempos y requerimientos de espacios, que provienen de cuando no vivíamos en la ciudades; esto convive con el ánimo de gobernar, por sobre las cadencias “ancestralmente naturales” de los hombres.
Económicamente las ciudades son un invento eficiente, o que tiende y busca cada vez más aquel atributo.
Desde la proximidad, tensión, rumbo y armazón de la trama urbana, suele estar todo más accesible espacio-temporalmente en las urbes. Pero esta accesibilidad es unívoca y simple; siempre alude “al menor tramo por unidad de medida”, o en su defecto, resulta dificilísimo quebrantar este principio de “economía” a ultranza.
No necesariamente requieren los individuos llegar más pronto de un punto a otro. A veces un trance urbano pide y anuncia un tránsito distinto del “menor tramo posible”. Surgen así las avenidas amplias, arboladas y múltiples; surgen, acaso, los sinuosos recorridos que señalan “algo más” que el próximo o urgente arribo, desvelando la consabida “belleza” o “lindura” de los sitios, lugares o desplazamientos, más, ¿no sería mejor dejar al individuo encontrar la belleza a su creativa manera sin ostentar el orden de la arboleda, o su desorden según la mano del arquitecto, del diseñador urbano, del paisajista o del urbanista, no necesariamente convergiendo al paradigma majadero de esta “lindura” aludida, entendida como la dulce estadía, exterior a todo énfasis engorroso y proclive a todo “bienestar bienhechor y prestigiador” de quien lo asume?
Democráticamente es difícil constituir ciudades “amorfas” o “sin sentido previo”. Por esto aparece la voluntad del especialista, consagrando sitios para el retiro, el descanso, la recreación y el bienestar habitable, entre otras funciones “liberadoras”.
No obstante lo anterior, solemos encontrar lugares que, no habiendo sido hechos para su goce, ellos lo implican en virtud de las facetas menos elementales del ser humano. Los mercados suelen no ser “lindos” ni absolutamente higiénicos (por lo menos en Latinoamérica), pero si acogedores en su fragor de espontaneidad y actividad fugaz y temporalmente finita (Ejemplo; La Vega Central de Santiago de Chile. Contraejemplo, La Recova de la ciudad de La Serena). ¿Podría ser que la apreciación de la belleza en el hombre ha sido demasiado encaminada hacia la pulcritud, la evasión del caos y la búsqueda del silencio expansivo?
¿Será que la búsqueda de la belleza, entendida como la plenitud de la creación, expuesta en su máximo esplendor presente, en los hombres no es libre y, apresada, se dedica a eludir en su manifestación a la variedad y, en ese trance segrega lo uno de lo otro, siendo lo primero desconocido y lo otro reconocible?
El lenguaje de la belleza de las ciudades es uno, en el fondo es uno solo, con variaciones sobre el mismo tema; su paradigma es el orden, lo previsible, la transparencia, la regularidad, la fluidez, el verdor confinado, las flores cual zoológico retrógrado, apresadas en sus cuencos o reductos, desafiando toda espontaneidad.
Tal belleza, tal expresión de calma no es sino manifestación del miedo al caos o a sus matices, que suelen venir apresados y exentos de toda espontaneidad.
Mi opinión es que las ciudades de los hombres son guaridas almenadas adonde, primero que nada, se aplaca el susto y la inseguridad, y finalmente se consolida la segregación en relación a la belleza aquella, que amerita de costos y construcción, a modo de vestuario del lugar que puede alcanzarlo, y que a la vez es símbolo del temor abolido ya expuesto. Quien ha despegado de su subsistencia, luego, cuida su belleza investida por ello, de manera tal que todo sea imagen convergente a tales atributos. El hombre que surge desde su subsistencia busca la “lindura”.
Toda belleza florecida del caos es aplazada y aplacada, inclusive con violencia, pues tales manifestaciones no son sino augurio de futuros irreconocibles de los cuales diversos sectores prefieren huir, escapar o lisa y llanamente enfrentar con la aplanadora o la violencia de las leyes, hechas para sus fines propiamente tales (Ejemplo, los graffitis, excepcionales algunos de ellos, y, desde hace muchísimas décadas profetizadores de nuevos órdenes como los que sin ningún ánimo de novedad me atrevo a exponer en este escrito)
Excepciones a esta regla: La Casbah en Argelia; algunos sectores de Nápoles en Italia; Valparaíso, en Chile, en su expresión anterior a 1973, sobre todo en los barrios próximos a la Plaza Echaurren y desde ahí cerro arriba; algunos barrios de Lisboa que he conocido por fotografías; Las Favelas de Río de Janeiro en Brasil, adonde pude estar y no me atreví a ingresar, no obstante su deteriorado modo de convivir interno de la gente de bien con las bandas y tribus, propias de semejante argamasa de viviendas y serpenteo febril.
No debemos olvidar que muchas de las experiencias de caos urbano que hoy por hoy son fruto de ataques e intentos de anulación, con un par de siglos de consolidación podrían constituirse en verdaderas joyas de la convivencia humana y por cierto que del urbanismo. Claro está, afirmo esto haciendo abstracción de todo criterio elemental de “sanidad”, vista como patrón elemental de anulación de lo espontáneo y también alejándome del inmenso sacrificio de las generaciones que forjen semejantes portentos potenciales desde su interior.
Pienso en tecnologías apropiadas para establecer adecuado funcionamiento sobre estructuras semejantes (falta un “Einstein” en este campo, o no he tenido el gusto de conocerlo), capaces de ser verdaderos monumentos a la libertad de los hombres, situadas en esos sitios, a modo de condición de subsistencia desde ciertos emplazamientos, capaces de establecer las adyacencias propias del buen acceso al trabajo y otras actividades, sean cuales fueren estas.
Me atrevería a decir que no se puede ver este tema haciendo exclusión de la propia visión política que pudiera tenerse para estos fines. Pero seguir en esta perspectiva es harina de otro costal, adonde no meteré las manos por ahora, no teniendo la percepción inicial de que podré arribar a alguna respuesta, aunque sea preliminar, sin perjuicio de que los conceptos de “propiedad privada”, “eficiencia”, “velocidad”, instantaneidad” y otros serían de trascendencia evidente en su debate y replanteamiento para su enriquecimiento conceptual. Que quede claro que no es el concepto de propiedad privada el que digo se debiera anular o derrumbar (esto ya se intentó hacer con resultados bastante conocidos por todos para millones de personas), pero sí debiera existir un modo más “dúctil” de asumirlo, espacial y temporalmente hablando, cuales agujeros de gusano horadando los espacios tridimensionales de las urbes y de todo emplazamiento humano con tendencia a la concentración de las actividades y los servicios, pero asumiendo, acaso los avances del procesamiento digital de datos, de los softwares existentes y, por qué no decirlo, de toda la experiencia desde la prospección minera que por siglos se ha ido consolidando.
Creo que es el patrón paradigmático y suficientemente abstracto de belleza que portamos, desde nuestra formación, el que nos gobierna en nuestro modo de vivir y hacer mundo.
Imagino nuevos ramos escolares, adonde los niños sepan establecer su adecuado modo de construir sus paradigmas, alejados de los “maestros de la cultura universal” cuales deidades, con el fin de desgajar la múltiple regla que subyace en las almas de los infantes que, en definitiva, harán artículos, muebles, rincones, recintos, hogares, cuadras, barrios, ciudades, comunas, intercomunas, valles, condados, regiones, provincias, patrias y acaso mundos, sean cuales fueren estos, cuando dejemos de vernos las caras a la redonda de nuestro planeta, entre otras cosas necesarias.
5 comentarios:
Parece que nuestro impulso natural es asociar la belleza a la simetría o la repetición, especialmente en lo que es paisaje y urbanismo, tal vez por eso nos gustan naturalmente los paisajes bucólicos, el volcan de cono perfecto, el lago cristalino, la llanura pareja, probablemente nos produce una sensación de seguridad o previsibilidad del mundo.
Los manglares, las ciudades caóticas, el tráfico endemoniado, las ferias en la calle nos producen sensación de peligro y fealdad, excepto después que pasan la pátina del tiempo y ciudades caóticas como Roma, Londres o Valparaíso ya están bien asentadas y se transforman en lugares respetables y pintorescos
Yo creo que entendiste perfectamente lo que quería decir; la "fealdad" de ciertos sectorrs puede ser vista como "la faena de construcción" urbana, que amerita de tiempo; es como si fuera a la inversa de las obras de arquitectura; estas últimas suelen tener su espelndor cuando están recién puestas en uso, tras lo cual sobreviene el deterioro la mayoría de las veces
Con todo, habría que saber distinguir cuando esta aparente "fealdad" es la faena y no el resultado de una acometida final.
Pensando en esto vi de nuevo ayer "Ciudad de Dios", una magnífica película brasilera(pero realmente buena desde muchos puntos de vista) que muestra la vida en las favelas.
¿Cómo terminarán siendo estos lugares en 150 años más, adonde no me cabe la menor duda de que ya se están consolidando hace décadas la propiedad privada sometida a un serpenteo espacial febril, impredecible e informal?
Casi dan ganas de pensar que el sometimiento de estos fenómenos a un ordenamiento lineal "versaillesco", podría ser calificado casi de fascistoide; imponer la línea adonde el caos es parte de la esencia de lo que ahí viven. Las favelas están ahí mismo; al lado de la playa; a menos de 100 metros de Copacabana, y su forma es la del serpenteo espacial de una especie de principio excavador tridimensional. Por eso relaciono todo esto con el grafitti, en fin.
Son muchas ideas interesantes las que pones sobre la mesa. Desde el punto de vista de una aficionada a la arquitectura [como yo], lo que planteas es apasionante, son nuevas preguntas, que tal vez en ambientes profesionales del ramo se han discutido cientos de veces, no sé, pero para mí ésto es interesantísimo y conducente al análisis después de la observación… Uno de los planteamientos más inquietantes que haces es: Será que la búsqueda de la belleza, entendida como la plenitud de la creación, expuesta en su máximo esplendor presente, en los hombres no es libre y, apresada, se dedica a eludir en su manifestación a la variedad y, en ese trance segrega lo uno de lo otro, siendo la primero desconocido y lo otro reconocible?”
Mi cohibida opinion -por estar “hablando” con un profesional en la materia- es que aunque se diga que la belleza está en el ojo del que mira, la verdad es que ciertamente hay lineas y formas que son muy agradables al cerebro humano y estas tienden a ser simétricas; eso es ineludible. Incluso en caos, puede haber cierto órden que deleita al ojo humano y se transforma en belleza. Además está el otro factor importante: el emocional. Estos elementos creados por el hombre cuando son atrapados o “apresados” como dices tu, en forma efectiva por un arquitecto o urbanista, considerando el balance de los elementos del lugar, el paisaje, la gente, las costumbres, la flora y fauna, etc. conllevan a una belleza que trasciende y permanece.
Mientras escribo esto, me acuerdo de dos ciudades que conozco y considero armoniosas. Una, Barcelona, creada casi espontaneamente y siempre cambiante y en construcción y Washington, DC, una ciudad planificada con el fin de destacarse por su belleza entre otros motivos mas practicos.
En resúmen, yo creo que hay distintos caminos para llegar a Roma siendo Roma el concepto de armonía en una ciudad.
Felicitaciones por un gran post!
El Urbanismo es una displina elástica. ambigua y errática, tan artística como la más subjetiva arquitectura; también tienen que ver con la belleza, por mucho que se maneje con estadísticas, áreas de influencias, tendencias, demografía, geografía, etc.
Me tiene realmente muy desilusionado el Urbanismo; es trabajo de quijotes, rodeados ellos de "ventas" llenas de interesados huéspedes, que mandan más que quien debiera.
La Dulcinea de estos soñadores, mora en un lugar del país de Utopía, del que Tomás Moro hiciera alusión directa en su memorable libro.
Otro día te explico más, para no desgastar un potencial post al respecto.
Gracias por tu interesante opinión.
Y seguramente no he dicho nada nuevo en general, pero hay ciertos matices de esto que no he leído en ninguna parte; esto de los grafittis, la minería y el caos, entremezclado, no es materia de réplica en mi caso.
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