Extrañeza ondulante de las extensiones casuales, coordinando mantos circulantes, verticales trazos curvilíneos de rompecabezas antojadizos de ley diversa pero unificante. Columnatas ciegas y soportantes, inclinadas distancias hundidas en sotabancos de oración. Pilares únicos alejando nervaduras escamosas. Ballenas de piedra, leviatanes solitarios rasgando veredas cualesquiera. Palacios caballerizos, piñas de coronación, elefantiásicos apoyos al paso de todos. Rejas torcidas, balcones de cuero, gárgolas colgantes, horror de hidras ventosas como roldanas oxidadas, amplios oratorios, limpios espacios a contrapunto de las rocosas cavernas de la espacialidad torcida hacia el ordenamiento Absoluto de quien sabe de la ley de la mano quebrando la contragravedad de saquitos de arena escultores de catenarias cupulares. Cópulas de arañas escondidas tras santidades trucadas. Escultor de respiraderos soldadescos, matanza de la regularidad, en pos de la verdadera calma de la gravedad emplazada a media calle tras los océanos de crispante cuadratura despreciada, hasta que las leves torsiones de los trozos de basuras hechas joya engarzada en oquedades terrestres hagan pie de orgásmicos trazos duros sobre pedreras sosegadas. Calma de las toneladas; siesta de torres vegetales, sagradas familias revolucionarias, más tránsito de las formas liberadas del estuco limpio como la transparencia de guerras mundiales como silueta negra de sistemas de edificios claros y regulares. Eres Profecía de turquesas gigantes danzando la coreografía sutil de brillos de colores diamantescos a la par de haces de destellos solitarios.
Ciudad forjada a la sombra del genio abovedado, cargando sus velas de procesiones creyentes, beato Arquitecto barbudo muerto en la calzada como todo vagabundo olvidado.
Entrega pertinaz, al toque del divino sello dantesco; lenguajes de espacios y eternidades de escala monstruosamente genial. Nada se te allega al regazo de la naturaleza vestida de urbe de tus extensiones orgánicamente vivas tras lo cual reposan las bestias al acecho de turistas ridículos. Espectáculo arquitectónico al deslumbrante paso de los decenios de torres porfiadas, rematadas en floripondios reventados de santidad arquitectónica.
Santo Gaudí; católico apostólico romano; enfermizo de moldura irreproducible y unificante; encadenado prometeo a la roca de la mano de Dios jugando al juego de niños que encuentra por vez primera la ley de todo en la nada de los retiros de los escultóricos encuentros de chimeneas tiznadas de blancura acometida. Cual era tu pincel delimitante; cual era tu regla ordenante que se desgastaba en la paridad de lo que el ojo nunca encontró. Sorprendente Gaudí atropellado, para restarte la gloria con la cual caminabas embadurnado.
Soportabas el florecer de los bambúes sonoros de crecer nocturno; vivías en tus obras engastado como lagartija al sol de la luz eterna de la creatividad infinita. Santo Gaudí acometido en las trenzas de ricos ornamentos arrojados al infinito misterio de los muros transfigurados. Poeta de la luz del horror y de las formas obedientes, descansa en paz que tu ley mancha una ciudad como la tinta se esparce por el vaso de agua cristalina, para enturbiar la nefasta regla de oro de la recta sobre el aplomo manifiesto y evidente.
Ciudad forjada a la sombra del genio abovedado, cargando sus velas de procesiones creyentes, beato Arquitecto barbudo muerto en la calzada como todo vagabundo olvidado.
Entrega pertinaz, al toque del divino sello dantesco; lenguajes de espacios y eternidades de escala monstruosamente genial. Nada se te allega al regazo de la naturaleza vestida de urbe de tus extensiones orgánicamente vivas tras lo cual reposan las bestias al acecho de turistas ridículos. Espectáculo arquitectónico al deslumbrante paso de los decenios de torres porfiadas, rematadas en floripondios reventados de santidad arquitectónica.
Santo Gaudí; católico apostólico romano; enfermizo de moldura irreproducible y unificante; encadenado prometeo a la roca de la mano de Dios jugando al juego de niños que encuentra por vez primera la ley de todo en la nada de los retiros de los escultóricos encuentros de chimeneas tiznadas de blancura acometida. Cual era tu pincel delimitante; cual era tu regla ordenante que se desgastaba en la paridad de lo que el ojo nunca encontró. Sorprendente Gaudí atropellado, para restarte la gloria con la cual caminabas embadurnado.
Soportabas el florecer de los bambúes sonoros de crecer nocturno; vivías en tus obras engastado como lagartija al sol de la luz eterna de la creatividad infinita. Santo Gaudí acometido en las trenzas de ricos ornamentos arrojados al infinito misterio de los muros transfigurados. Poeta de la luz del horror y de las formas obedientes, descansa en paz que tu ley mancha una ciudad como la tinta se esparce por el vaso de agua cristalina, para enturbiar la nefasta regla de oro de la recta sobre el aplomo manifiesto y evidente.
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