lunes, 17 de diciembre de 2007

El Mal

[De mi antigua bitácora. Fecha original de Publicación 10 de Abril de 2006]


El Mal es la caída trascendente.


El Mal y la caída metafóricaCuando se alude a la caída se lo hace en un sentido lisa y llanamente metafórico pues “caer” tiene un sentido espacial, y si hablamos de “caída trascendente”, entonces aludimos a algo que se podría parecer a lo que le ocurre a una persona cuando se cae al suelo, pero en un ámbito más integral. Caerse no es bueno, en sentido unívoco, no obstante ser usada la Palabra, además, como el descenso de lo bueno hacia el mundo; “me cayó el entendimiento de las cosas, desde el mismísimo cielo”, aunque así y todo, si algo cae desde el cielo es porque se transfigura de alguna manera, y entonces también podríamos decir que, para que algo nos caiga del cielo (ese cielo, trascendente y metafórico también) debe perder plenitud para hacerse accesible por los hombres.
Claro lo anterior, todo mal es caída de algo hacia una suerte de desintegración intrínseca y preferentemente contextual, ya que no necesariamente al desintegrarse el cuerpo de las cosas, ellas pasan al ámbito de la maldad; aludimos a la desintegración contextual cuando percibimos que algo se aleja del orden natural de las cosas y atenta contra él, de manera tal de ser contraparte esencial y pro-activa hacia la acción en el universo.

Maldad y destrucción
Maldad y destrucción son conceptos que podrían eventualmente tener relación, pero siempre en el sentido de la conformación de los contextos, las cosas y el mundo en general.
Desde lo anterior es que podemos decir que el mal es tal, en la medida en que actúa en el tiempo y en el espacio, des-ensamblando lo que estratégicamente viene a más impertinencia. Difícil es concebir un mal eterno, siendo el mal factor permanente de interacción con su contraparte, el bien.
Entonces malo será aquello que, necesariamente, actúa espacio-temporalmente en pos de establecer dualidad pro-activa en el universo, y así podemos colocar al mal como el contra-canto del bien que ordena, configura, ensambla y articula hacia la integridad de todo ante todo y por todo como unidad, trascendente, en cuanto involucra aspectos físicos y metafísicos a la vez, como un campo unificado de concordancia entre el mundo de los fenómenos y la misma percepción, entendimiento, concordancia y aceptación que podamos tener.
El universo es tal por la dinámica intrínseca de su naturaleza; esto es casi o lisa y llanamente tautológico, en cuanto no es más que la simple corroboración de la acción fenómenológicamente abordada y evidente; el movimiento y la dinámica de las cosas se ven, se miden, se prueban y se comprueban desde el ámbito particular, hasta el más amplio desarrollo y evolución de los cúmulos de mundos sometidos a las estrellas rectoras.

La destrucción aparte del ámbito de la ética
Entonces diremos que en un sentido desprovisto de toda ética, las fuerzas de la conformación y la disgregación son las que nos presentan el estado de las cosas tal como las conocemos; existe la tendencia a la conformación (los átomos, las moléculas, los sistemas generados por la coherencia molecular y a la vez sometidos a las fuerzas de escala mayor de los mundos donde se han generado de acuerdo a sus condiciones especiales, los asteroides, los cometas, las lunas, los planetas, las estrellas, los sistemas planetarios, las galaxias, los grupos de galaxias interactuando), y existe la tendencia opuesta, que es fruto de una misma dinámica generadora, entendido en el contexto que señala la dualidad o complejidad de incidencia de algo hacia lo demás (imaginemos, a modo de ejemplo, el choque del meteorito que generó el Golfo de México y que destruyó los ecosistemas que daban cabida a los dinosaurios, pero que a la vez nos permitió surgir a nosotros, y particularmente a quien escribe este texto.

Maldad, trascendencia, religión
Considerando los distingos anteriores, aquello que denominamos “malo” será todo lo que sin observancia del integrado y coherente contexto del universo, actúe en conciencia o en libre abandono de ella, hacia efectos potencialmente nefastos para la integridad trascendental de las cosas.
Toda calificación mala será hecha desde el sentido religioso o re-ligador, o re-ligante o re-unificador, o reunidor (escoja la que quiera, si no soporta hablar de lo primero), en cuanto este, como sus nombres lo dicen, intenta conformar a Todo.

Sentido trascendental de las cosas
Este sentido o dirección o rumbo (espacio-temporalmente hablando) denominado “trascendental” alude (haciendo abstracción del imperio de Dios, como colmo rector y ordenador), a aspectos ponderativos de índole, como dijimos antes, integrales, pero esta integración es siempre abstracta, espiritual y sensualmente inclusive coherente, con la capacidad del ser conciente de establecer la mayor cantidad de nexos posibles entre las cosas, de manera tal de actuar con buen sentido constructivo, integrador y conformador de aquello que obedece al bien común o más amplio o general por sobre el bien particular, específico y puntual. En este contexto, de alguna manera podemos afirmar con seguridad, en términos casi matemáticos, que el beneficio más específico es más perverso que el menor de los males.

El bien no es lo contrario del mal
Hemos hablado del mal hasta el punto en que no pudimos dejar de hablar del bien.
El bien no es lo contrario al mal; solo el mal es lo contrario al bien, en cuanto solo es en un sentido que es posible des-relativizar al actuar del mundo, y lo diré de una vez por todas, de los seres vivos, pues las rocas no tienen voluntad, ni impulsos particulares para seguir la ley, en cuanto ellas son las leyes del universo hecha materia, al punto que un sistema de galaxias o un guijarro son tan dramáticamente parte del gran acontecimiento cósmico, existiendo en cada escala las señas de todo, como en el hombre reside en cada célula su ácido desoxirribonucleico (arriesgo una afirmación al establecer un puente metafórico entre la coherencia de los seres vivos y de los seres inanimados, como por ejemplo un cadáver de cualquier índole posible).

El bien y el amorHa inventado el hombre una Palabra para aludir al colmo de la efectividad de su actuar integrador; esta Palabra es “amor”.
El amor se liga a la persistencia constructiva, pues así como los mitocondrias no dejaron de ser para conformar al hombre celularmente y otorgarle su energía vital, así, las cosas no tienen que dejar de ser lo que son para ir construyendo el sistema que impera en su identidad, en los mundos y en el universo.

El Mal en el ámbito de la vida y la conciencia
No siendo el bien lo contrario al mal, pero sí siendo el mal lo contrario al bien, aunque parezca paradójico, esto se afirma en un solo sentido, porque es en un solo sentido en el que las cosas logran su ser, y el mal es el agente desintegrador desde la conciencia e impertinencia. El mal busca la muerte en un sentido de des-sincronía y destemplanza ante la acción de la vida, y siempre actuará desde la vida y la conciencia ya aludida; a las rocas no les hago mal, a un animal sí se lo hago.

El Mal no es evidente
No siendo el mal algo con-natural al sentido constructivo del actuar libre de los seres vivos, este no podrá ser elocuente y evidente por cuanto, en la medida en que se muestra se desdibuja en su estrategia. El Mal es subrepticio.

El Mal existe para dinamizar los actos pertinentes
Es por la dinámica de las cosas y por el sentido evolutivo de la vida que el mal existe, por cuanto el mal es el necesario agente generador de acción vital.
Sin tener que estar permanentemente vigilando nuestro actuar, de manera tal que no pierda su sentido integral y con-natural, la vida de la conciencia perdería su sentido.
Pensemos lo siguiente: en un universo donde la vida que decide libre, individual y soberanamente su destino, si todo es lisa y llanamente pertinente y nada lo intenta desvirtuar, la acción para la cual se generó la vida no tendría sentido, tal como la conocemos; imaginemos un mundo donde por arte de magia se cambiaron las reglas del juego y el mal desapareció de un día para otro. En este mundo la Sinergia sería absoluta; y si yo viviera ahí, me levantaría para ser en otros, todo lo que perfectamente los otros serán en mí, y en una fracción de milésimas de segundo trascenderíamos nuestro ser para conformarnos como especie, en aquello que siempre quisimos ser, todos a la vez para siempre y por toda la supuesta eternidad; entonces la vida llegaría a su fin (a su final, a su meta, a su destino), que es trascender la parte individual para converger en el gran acto sinérgico de la búsqueda del amor Absoluto reinando nuestro mundo; y en un vertiginoso ascenso, lograríamos todo aquello que soñamos para bien, y todo a su sitio, sería en verdad inimaginable la capacidad de todos los miles de millones de personas actuando para un mismo y único fin, que es el de amarnos todos para todos y desde todos con todos y juntos y reunidos y abrazados y conformados (¡emocionante! si me permiten un quiebre humorístico; mmm). Fin de la historia del hombre, término del hombre, nacimiento de la especie plena, evolución de escala cósmica, trascendencia, ascenso, Congreso, virtud, éxtasis, reunión, apogeo, Epifanía, unidad, y esto desde la capacidad de transgredir la espera milenaria de los efectos de lo demás en uno (que es lo que le ocurre a las piedras, que son hasta que el universo les diga lo contrario en su danza de meteoritos cayendo y de planetas colisionando y de estrellas consumiéndose)
Y todo rápido; todo en un tiempo absurdamente breve, a escala del drama viviente sobre ese mundo al menos. Es algo bastante poco probable.

El Mal en el tiempo
Vayamos más allá; solo el Mal estira y genera la temporalidad del hombre en su percepción interior de homogeneidad transcurrida en partes iguales y sucesivas, por cuanto ya vimos que la sinergia absoluta tiende al fin abrupto y definitivo, con todo lo maravilloso y tendiente al éxtasis que esto sea (ya me estoy poniendo irónico).
En la vida de los seres concientes, ellos van hacia la virtud y hacia la perversión activamente y en eso radica su poder (Descartes decía que del pensar obtengo la señal elemental de mi existencia). Y como concientemente puedo ir administrando mi conocimiento, y este puede ser inmenso si avanzo sinérgicamente en paz, pues es casi un estallido de eficiencia el que, en un lapso de tiempo mínimo, me llevaría al fin de la vida conciente, que no es otra cosa que transgredir vitalmente la posición de las cosas inertes para avanzar independientemente de la danza elegante y pusilánime del universo (a nuestra percepción individual).

El Bien en la eternidad
Alcanzada la voluntariosa (y utópica) sinergia exitosa del hombre reunido en sí mismo, de la que hablamos anteriormente en un mundo imaginario, y alcanzados todos los fines y metas soñadas, el tiempo pierde sentido, y es solo fenómenológicamente, y no por este medio filosófico, que seremos capaces de decir lo que ocurrirá, no obstante las religiones declamarlo desde la Fe por milenios (de hecho es casi su principal ocupación).

El Bien y el Mal como generadores de la temporalidad de las cosas tal como las conocemos
El Bien reina en el Universo no obstante el Mal cursar, por partes ínfimas e interminables, su acción dilatoria de la Sinergia absoluta en los seres concientes y en dominio de sus actos.
El Bien reina y por lo mismo su ley impera imperfectamente, en la medida en que el mal exista. Pero no es tan así la cosa, por cuanto sin Duda que, como haya sido creado el mundo y el universo, este, desde su origen trajo el germen de la ley plena y de su contraparte “espacio-temporalmente” generadora; no es posible, y más que eso; es imposible que el universo exista si no surge como el ámbito de la factibilidad espacio-temporal, donde el Mal “tiene tiempo y espacio” para actuar, a contramano de una sinergia convergente y perfecta donde todo es de una misma manera siempre y para siempre (a ese estado póngale el nombre o la identidad que guste, que no seré yo el que venga a poner lentes forzosos a nadie).

La sinergia del Bien no amerita la aparición del universo
No pensemos que el Universo nació para hacer el mal; el Universo nació para la existencia espacio-temporal del bien en virtud de causas que fenómenológicamente desconocemos (pero que desde algunos campos y oficios metafísicos predicamos). El Bien reina en sus leyes coherentes, y esa es la señal esencial, tan clara cartesianamente hablando como decir que si pensamos existimos.

Por todo lo anteriormente dicho relacionado con la presencia ineludible del mal en el universo, este último, en esencia, es imperfecto.

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