La extrema subjetividad y libertad de las formas son de alguna manera lo contrario a la severidad con que Le Corbusier planteara la mirada controlada y diestra de las “máquinas de habitar” con que se concibiera, por ejemplo, la Ciudad Radiante o la Ville Savoye, o Chandigar.
Desencadena la multiplicidad propia de una obra en plena libertad formal, desde la cual establece detonantes espaciales múltiples y no colineales ni paralelos para la contemplación, la oración, la misa exterior e interior, la formalidad propia de una coronación de un monte al modo típico de la vocación del hito paisajístico, la procesión exterior, la distancia dada por los campanarios casi exagerados para la escala y tamaño del total , pero “Ronchamp” es más que todo esto, pues la capilla es hermosa, original, conclusa, diversa, audaz, inclinada, erecta, curva y recta, luminosa y dotada de una gran penumbra. Su formalidad es Síntesis en sí misma, pues es una gran excepción dentro del gran genio suizo de la arquitectura moderna. Es como si de repente se viera con el mejor encargo, a la mejor escala, con el mejor de los tiempos, con su cuaderno en la mano, con el monte dispuesto a recibir su aporte, y desde él se dijera, “...¡bien!, digo y hago tantas cosas plagadas de reglas y medidas; esta vez haré un colmo de todo ello que será algo nuevo y diferente pues nada, ni siquiera un edificio de cientos de unidades habitacionales tendrán la multiplicidad de generatrices convergentes que esta capilla tendrá; para ser lo que no he sido, para establecer el contra-canto de mi obra, la que será medida contraria de toda mi severidad. Con esta capilla haré al revés, pero lo mismo, seré mi antagonista, y lo mejor de todo es que lo lograré, y haré ensamblarse a los materiales como si fueran los mejores”.
Ronchamp es un hito histórico y de lugar, pues simboliza la plena soberanía del espíritu de Le Corbusier, a modo de ejemplo para quienes se esclavizan antes sus propios dichos, como Kepler, quien, a parte de sus anhelos, se permite derribarlo todo y dejar las platónicas medidas como lo que realmente son; esperanzas impotentes decididas a reinar.
Desencadena la multiplicidad propia de una obra en plena libertad formal, desde la cual establece detonantes espaciales múltiples y no colineales ni paralelos para la contemplación, la oración, la misa exterior e interior, la formalidad propia de una coronación de un monte al modo típico de la vocación del hito paisajístico, la procesión exterior, la distancia dada por los campanarios casi exagerados para la escala y tamaño del total , pero “Ronchamp” es más que todo esto, pues la capilla es hermosa, original, conclusa, diversa, audaz, inclinada, erecta, curva y recta, luminosa y dotada de una gran penumbra. Su formalidad es Síntesis en sí misma, pues es una gran excepción dentro del gran genio suizo de la arquitectura moderna. Es como si de repente se viera con el mejor encargo, a la mejor escala, con el mejor de los tiempos, con su cuaderno en la mano, con el monte dispuesto a recibir su aporte, y desde él se dijera, “...¡bien!, digo y hago tantas cosas plagadas de reglas y medidas; esta vez haré un colmo de todo ello que será algo nuevo y diferente pues nada, ni siquiera un edificio de cientos de unidades habitacionales tendrán la multiplicidad de generatrices convergentes que esta capilla tendrá; para ser lo que no he sido, para establecer el contra-canto de mi obra, la que será medida contraria de toda mi severidad. Con esta capilla haré al revés, pero lo mismo, seré mi antagonista, y lo mejor de todo es que lo lograré, y haré ensamblarse a los materiales como si fueran los mejores”.
Ronchamp es un hito histórico y de lugar, pues simboliza la plena soberanía del espíritu de Le Corbusier, a modo de ejemplo para quienes se esclavizan antes sus propios dichos, como Kepler, quien, a parte de sus anhelos, se permite derribarlo todo y dejar las platónicas medidas como lo que realmente son; esperanzas impotentes decididas a reinar.
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