Conocí el iPhone; lo tuve en mis manos funcionando plenamente (en Chile al parecer ya lo están “arreglando” para que así sea).
Es simplemente exquisito; analizarlo en simples términos tecnológicos es insuficiente e incompleto; sus dimensiones, su peso, su resolución, el calce de su forma con la mano, el diseño gráfico implícito, su simpleza, austeridad, rapidez y versatilidad, me dejaron completamente mudo.
En sí es una pantalla omnipotente que se maneja con la yema de los dedos; una suerte de ventana al mundo, abierta de par en par sin mayores dispositivos aparentes.
Elegantísimo.
Me dan ganas de ensillar un caballo e irme al cajón del Río Claro y entre los arbustos y el silencio ocuparlo; semejante contraste debe ser impresionante; el canto de las aves, todo agreste, las piedras, la tierra, la maleza, las rocas y esta suerte de ortogonal agujero profundo inserto en el lugar, desde el cual podría inclusive ver la luna si es que instalaran ahí una webcam.
[Fotografía: "El Cascajal"
Cristian Ahumada, Rosario, Rengo, Chile]
Simplemente una ventanita de computador en tu mano, sin bordes, palancas, señales ni nada por el estilo que te distraiga.
Usar el iPhone es una experiencia estética, más que tecnológica.
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