martes, 3 de julio de 2007

"El Perfume"

"El Perfume" [2007]

Hace muchos años atrás, y entiendo que fue en el año en que publicaron la novela, leí el texto que generó el filme del mismo nombre al que aludo. Prefiero la novela, pero la película es interesante desde sus maquillajes, las escenografías, los efectos especiales, los vestuarios y la expresión del aspecto del París del siglo XVIII, y sin lugar a dudas que la música es importante y conducente.
Imposible no relacionar al perfumista y genial protagonista de la historia, con el genio del músico austriaco del mismo siglo. Pero aparte de todo esto, ¿qué es lo que medito desde el filme y desde el cabal conocimiento de la novela? En lo medular hay un planteamiento relacionado con la genialidad y su desarrollo, en el sentido de que es posible que estas capacidades puedan tornarse en el centro de la vida y que a la vez establezcan una especie de llamado ineludible. El tipo, el perfumista, estaba loco, sin lugar a dudas; mataba sin asco ni duda, sin perjuicio de que su vida fue un permanente rechazo del mundo, desde que fuera parido, sobre los restos podridos de pescado y verduras de un mercado.
Su visión aromática del mundo era unívoca, y solo daba fe y razón a lo que el olor de las cosas arrojaba. Finalmente, y tras una niñez y una juventud entregadas a desarrollar sus capacidades, es capaz de lograr estructurar el perfume que su antojo le dicte.
Busca el perfume sublime que detonara aquello que solo la esencia de las personas fuera capaz de provocar, y tras una seguidilla de fríos asesinatos de mujeres para destilarlas en su esencia (a partir de “aquella” niña que fuera su inicio) crea un perfume capaz de generar en su entorno la adoración más desenfrenada e incondicional, todo así, entiende que todo se le abre, y que de todo es el señor absoluto en términos potenciales. Decide morir derramando sobre sí todo el frasco de "aquel” perfume todopoderoso, sin alma y sin sentido de la vida en manos de una turba parisina que literalmente se lo come a mordiscos, presas, ellos, de una adoración paroxística.
Rimbaud, me digo, se entregó a las fauces de la vida más reprochable, ante semejante don de las palabras que le permitieron abrir al mundo de raíz y de cuajo en su poderosísimo verbo revelador; él no supo de más vida que la de un vagabundo inescrupuloso inclusive, tras lograrlo todo en su oficio “de una plumada” hecha décadas de escritura perfecta.
Pero la vida es más que dar en el blanco, antes o después, ya que no solo para “lo nuestro” vivimos, siendo necesaria la complejidad que la existencia requiere. Desde la complejidad de la vida somos plenos, y no necesariamente desde la dicha, que embriaga, o desde el sufrimiento, que curte y que nos vuelve fuertes.
Y así…

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