[Deutsche Grammophon, "La Canción Moderna (y II): Alban Berg, Karlheinz Stockhausen, Benjamin Britten". M. Price, soprano. S. Anderson, contralto. R. Tear, tenor. D. Clevenger, trompa. C. Abbado. K. Stockhausen. C.M. Giulini. cod 74 07 227. Edit Polydur S.A.]
Llevo, y no exagero ni un pelo, más de cuatro meses escuchando en el reproductor de mi auto un cassette que contiene música contemporánea clásica de tres autores; Berg (1885-1935), Stockhausen (n. 1928) y Britten (1913-1926). La escucho y la escucho y no logro “ver” hacia donde podría ir la regla, el sentido, la propuesta, el orden intrínseco, la emotividad, la sucesión relativamente predecible de “hechos” sonoros, que detonen algo en mí, que no sea una pertinaz curiosidad, que no deja de buscar y buscar en las obras algo, que me permita expresarme en palabras hacia esas áreas de mi percepción, plagadas de difusos sentimientos, lugares comunes o nuevos, o cualquier otra seña por el estilo.
Qué siento; que estoy superado por las obras, dentro de las cuales los árboles de mi tiempo no me dejan ver el bosque de la "evidente" propuesta.
Estos autores son recientes, las obras no tienen, en algunos casos, más de 60 años de haber sido creadas (según deduzco), y suman, en el caso de Stockhausen, un manojo de matices complejos y coordinados en una suerte de sugerente continuidad de rumbos impredecibles y contrastantes; con voces de cantantes líricos, en desarrollos absolutamente remontados por caminos agrestes y heterogéneos.
Cuando en la música “convencional” se desafina, se capta perfectamente esto (hay músicos que han estado presentes cuando capto ciertas “disfunciones” evidentes y han llegado a decir que tengo oído casi absoluto para estas cosas. No sé si será para tanto, pero sin duda que no en vano pasan las piezas por mi mente, debo reconocerlo).
Contrastes que no son posibles de medir por las “reglas” de afinación clásicas; nuevas sugerencias en esto campean por cientos; atacan gemidos, casi, de la cantante, y tras ella murmullos de un clavecín entrometido; percusiones imprevistas, golpes a contratiempo; ruido aún para quien, con la fe de quien sabe de la trayectoria de estos personajes de la música, espera sentir el clic repentino capaz de acceder a la clave.
Leyendo una vez, debo reconocerlo, entendí la mirada clave del cubismo, la que me permitió ingresar a la monumental obra de Picasso; y así con todos sus consecuentes, incluido Guayasamín y tantos otros.
En este caso musical, es fascinada impotencia, pues las obras me gustan, pero en soledad debo oírlas. Nadie más que yo las escucha en mi entorno y solo escucho nerviosas risas y burlas tan a destiempo cuando alguien se sube a mi auto a compartir la cabina, y me sorprende escuchando semejantes “mamotretos auditivos”; surgen las bromitas típicas, y los comentarios tan “atonales” y desmedidos como lo que se escucha.
Podría ser lo más acorde en estos casos la descolocación plena ante semejantes creaciones: vivimos tiempos de estallidos letales, capaces de desolar valles completos, poderosos como el trueno de Dios en el Apocalipsis. Todo resuena con el verdor del fruto inmaduro que es mordido por dentaduras no preparadas. Lo agrio y lo severo, lo repentino y lo impredecible campea nuestro tiempo; bombardas, guerras impersonales, acometidas de caballerías conformadas por cohetes volantes, cayendo sin aviso ni declaración, invasiones comerciales plagadas de etiquetas y Napalm, ruido urbano y “siseo” de estática radial, carteles y velocidad, portazos y gritos, alaridos, gemidos, escándalos intrascendentes cubriendo la verdadera catástrofe, Tunguska, Vietnam, Verdún, cemento, derrumbes programados de rascacielos inmensos en cinco segundos, caídas libres de automóviles en paracaídas, aguas negras, radiactividad, hambre y excesos, degollina y ternura; extraño tiempo vivimos; tan extraño como estas “insoportables músicas clásicas” que nombro y aludo.
Gracias por la paciencia.
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