martes, 13 de septiembre de 2005

Todos los Autores

varios
índice correlativo (un poema tras otro)

Arthur Rimbaud; Barco Borracho
Nicanor Parra; Hay Un Día Feliz
Vicente Huidobro; Arte Poética
Dante Alighieri; La Divina Comedia; Canto XXIII y final
Vicente Huidobro; Pasión, Pasión y Muerte


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Arthur Rimbaud
El barco borracho

" Mientras descendía por Ríos impasibles,
sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
Los Pieles Rojas gritones los tomaron por blancos,
clavándolos desnudos en postes de colores.

No me importaba el cargamento,
fuera trigo flamenco o algodón inglés.
Cuando terminó el lío de los remolcadores,
los Ríos me dejaron descender donde quisiera.

En los furiosos chapoteos de las mareas,
yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
¡corrí! y las Penínsulas desamarradas
jamás han tolerado juicio más triunfal.

La tempestad bendijo mis desvelos marítimos,
más liviano que un corcho dancé sobre las olas
llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
¡diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!

Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
el agua verde penetró mi casco de abeto
y las manchas de vinos azules y de vómitos
me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.

Y desde entonces, me bañé en el poema
de la mar, lleno de estrellas, y latescente,
devorando los azules verdosos; donde, flotando
pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;

¡donde, tiñendo de un golpe las azulidades, delirios
y ritmos lentos bajo los destellos del día,
más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,
fermentaban las amargas rojeces del amor!

Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas
y de las resacas y de las corrientes:
¡yo sé de la tarde, del alba exaltada como un pueblo de palomas,
y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!

¡Yo he visto el sol caído, manchado de místicos horrores.
iluminando los largos flecos violetas,
parecidas a los actores de dramas muy antiguos
las olas meciendo a lo lejos sus temblores de moaré!

¡Yo soñé la noche verde de las nieves deslumbrantes,
besos que suben de los ojos de los mares con lentitud,
la circulación de las savias inauditas,
y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!

¡Yo seguí, durante meses, imitando a los ganados
enloquecidos, las olas en el asalto de los arrecifes,
sin pensar que los pies luminosos de las Marías
pudiesen frenar el morro de los Océanos asmáticos!

¡Yo embestí, sabed, las increíbles Floridas
mezclando las flores de los ojos de las panteras con la piel
de los hombres! ¡Los arcos iris tendidos como riendas
bajo el horizonte de los mares, en los glaucos rebaños!

¡Yo he visto fermentar los enormes pantanos, trampas
en las que se pudre en los juncos todo un Leviatán;
los derrumbes de las aguas en medio de la calma,
y las lejanías abismales caer en cataratas!

¡Glaciares, soles de plata, olas perladas, cielos de brasas!
naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros
donde serpientes gigantes devoradas por alimañas
caen, de los árboles torcidos, con negros perfumes!

Yo hubiera querido enseñar a los niños esos dorados
de la ola azul, los peces de oro, los peces cantores.
Las espumas de las flores han bendecido mis vagabundeos
y vientos inefables me dieron sus alas por un momento.

A veces, mártir cansada de polos y de zonas,
la mar cuyo sollozo hizo mi balanceo más dulce
elevó hacia mí sus flores de sombra de ventosas amarillas
y yo permanecía, al igual que una mujer, de rodillas...

Casi isla, quitando de mis bordas las querellas
y los excrementos de los pájaros cantores de ojos rubios.
¡Y yo bogué, mientras atravesando mis frágiles cordajes
los ahogados descendían a dormir, reculando!

O yo, barco perdido bajo los cabellos de las algas,
arrojado por el huracán contra el éter sin pájaros,
yo, a quien los Monitores y los veleros del Hansa
no hubieran salvado la carcasa borracha de agua;

Libre, humeante, montado de brumas violetas,
yo, que agujereaba el cielo rojeante como una pared
que lleva, confitura exquisita para los buenos poetas,
líquenes de sol y flemas de azur;

Yo que corría, manchado de lúnulas eléctricas,
tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
cuando los julios hacían caer a golpes de bastón
los cielos ultramarinos de las ardientes tolvas;

¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
el celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
eterno hilandero de las inmovilidades azules,
yo extraño la Europa de los viejos parapetos!

¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas
donde los cielos delirantes están abiertos al viajero:
¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilas,
millón de pájaros de oro, oh Vigor futuro?

¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras,
toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.
¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!

Si yo deseo un agua de Europa, es el charco
negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
un niño en cuclillas colmado de tristezas, suelta
un barco frágil como una mariposa de mayo.

Yo no puedo más, bañado por vuestras languideces, oh olas,
arrancar su estela a los portadores de algodones,
ni atravesar el orgullo de las banderas y estandartes,
ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones. "

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Nicanor Parra
Hay Un Día Feliz

A recorrer me dediqué esta tarde
Las solitarias calles de mi aldea
Acompañado por el buen crepúsculo
Que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
Y su difusa lámpara de niebla,
Sólo que el tiempo lo ha invadido todo
Con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
Volver a ver esta querida tierra,
Pero ahora que he vuelto no comprendo
Cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
Ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
En la torre más alta de la iglesia;
El caracol en el jardín, y el musgo
En las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
Del cielo azul y de las hojas secas
En donde todo y cada cosa tiene
Su singular y plácida leyenda:
Hasta en la propia sombra reconozco
La mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
Que presenció mi juventud primera,
El correo en la esquina de la plaza
Y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
La emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
Cuando emprendí mí singular empresa,
Una tras otra, en oleaje mudo,
Al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
Y cuando estuve frente a la arboleda
Que alimenta el oído del viajero
Con su inefable música secreta
Recordé el mar y enumeré las hojas
En homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
Como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
Me detuve delante de una tienda:
El olor del café siempre es el mismo,
Siempre la misma luna en mi cabeza;
Entre el río de entonces y el de ahora
No distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
Que mi padre plantó frente a la puerta
(Ilustre padre que en sus buenos tiempos
Fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
Era un trasunto fiel de la Edad Media
Cuando el perro dormía dulcemente
Bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
El delicado olor de las violetas
Que mi amorosa madre cultivaba
Para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
No podría decirlo con certeza;
Todo está igual, seguramente,
El vino y el ruiseñor encima de la mesa,
Mis hermanos menores a esta hora
Deben venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo
Como una blanca tempestad de arena!

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Vicente Huidobro
Arte Poética


Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
Como recuerdo, en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema ;

Sólo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.

El Poeta es un pequeño Dios.

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Dante Alighieri
La Divina Comedia


[fragmento final]



CANTO XXXIII


«¡Oh Virgen Madre, oh Hija de tu hijo,

alta y humilde más que otra criatura,

término fijo de eterno decreto, 3



Tú eres quien hizo a la humana natura

tan noble, que su autor no desdeñara

convertirse a sí mismo en su creación. 6



Dentro del viento tuyo ardió el amor,

cuyo calor en esta paz eterna

hizo que germinaran estas flores. 9



Aquí nos eres rostro meridiano

de caridad, y abajo, a los mortales,

de la esperanza eres fuente vivaz. 12



Mujer, eres tan grande y vales tanto,

que quien desea gracia y no te ruega

quiere su desear volar sin alas. 15



Mas tu benignidad no sólo ayuda

a quien lo pide, y muchas ocasiones

se adelanta al pedirlo generosa. 18



En ti misericordia, en ti bondad,

en ti magnificencia, en ti se encuentra

todo cuanto hay de bueno en las criaturas. 21



Ahora éste, que de la ínfima laguna

del universo, ha visto paso a paso

las formas de vivir espirituales, 24



solicita, por gracia, tal virtud,

que pueda con los ojos elevarse,

más alto a la divina salvación. 27



Y yo que nunca ver he deseado

más de lo que a él deseo, mis plegarias

te dirijo, y te pido que te basten, 30



para que tú le quites cualquier nube

de su mortalidad con tus plegarias,

tal que el sumo placer se le descubra. 33



También reina, te pido, tú que puedes

lo que deseas, que conserves sanos,

sus impulsos, después de lo que ha visto. 36



Venza al impulso humano tu custodia:

ve que Beatriz con tantos elegidos

por mi plegaria te junta las manos!» 39[L1706]



Los ojos que venera y ama Dios,

fijos en el que hablaba, demostraron

cuánto el devoto ruego le placía; 42



luego a la eterna luz se dirigieron,

en la que es impensable que penetre

tan claramente el ojo de ninguno. 45



Y yo que al final de todas mis ansias

me aproximaba, tal como debía,

puse fin al ardor de mi deseo. 48



Bernardo me animaba, sonriendo

a que mirara abajo, mas yo estaba

ya por mí mismo como aquél quería: 51



pues mi mirada, volviéndose pura,

más y más penetraba por el rayo

de la alta luz que es cierta por sí misma. 54



Fue mi visión mayor en adelante

de lo que puede el habla, que a tal vista,

cede y a tanto exceso la memoria. 57



Como aquel que en el sueño ha visto algo,

que tras el sueño la pasión impresa

permanece, y el resto no recuerda, 60[L1707]



así estoy yo, que casi se ha extinguido

mi visión, mas destila todavía

en mi pecho el dulzor que nace de ella. 63



Así la nieve con el sol se funde;

así al viento en las hojas tan livianas

se perdía el saber de la Sibila. 66[L1708]



¡Oh suma luz que tanto sobrepasas

los conceptos mortales, a mi mente

di otro poco, de cómo apareciste, 69



y haz que mi lengua sea tan potente,

que una chispa tan sólo de tu gloria

legar pueda a los hombres del futuro; 72



pues, si devuelves algo a mi memoria

y resuenas un poco en estos versos,

tu victoria mejor será entendida. 75



Creo, por la agudeza que sufrí

del rayo, que si hubiera retirado

la vista de él, hubiéseme perdido. 78[L1709]



Y esto, recuerdo, me hizo más osado

sosteniéndola, tanto que junté

con el valor infinito mi vista. 81



¡Oh gracia tan copiosa, que me dio

valor para mirar la luz eterna,

tanto como la vista consentía! 84



En su profundidad vi que se ahonda,

atado con amor en un volumen,

lo que en el mundo se desencuaderna: 87



sustancias y accidentes casi atados

junto a sus cualidades, de tal modo

que es sólo débil luz esto que digo. 90



Creo que vi la forma universal

de este nudo, pues siento, mientras hablo,

que más largo se me hace mi deleite. 93



Me causa un solo instante más olvido 94[L1710]

que veinticinco siglos a la hazaña

que hizo a Neptuno de Argos asombrarse. 96



Así mi mente, toda suspendida,

miraba fijamente, atenta, inmóvil,

y siempre de mirar sentía anhelo. 99



Quien ve esa luz de tal modo se vuelve,

que por ver otra cosa es imposible

que de ella le dejara separarse; 102[L1711]



Pues el bien, al que va la voluntad,

en ella todo está, y fuera de ella

lo que es perfecto allí, es defectuoso. 105



Han de ser mis palabras desde ahora,

más cortas, y esto sólo a mi recuerdo, 107[L1712]

que las de un niño que aún la leche mama. 108



No porque más que un solo aspecto hubiera

en la radiante luz que yo veía,

que es siempre igual que como era primero; 111



mas por mi vista que se enriquecía

cuando miraba su sola apariencia,

cambiando yo, ante mí se transformaba. 114



En la profunda y clara subsistencia

de la alta luz tres círculos veía

de una misma medida y tres colores; 117[L1713]



Y reflejo del uno el otro era,

como el iris del iris, y otro un fuego

que de éste y de ése igualmente viniera. 120



¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino

a mi concepto! y éste a lo que vi,

lo es tanto que no basta el decir «poco». 123



¡Oh luz eterna que sola en ti existes,

sola te entiendes, y por ti entendida

y entendiente, te amas y recreas! 126



El círculo que había aparecido 127[L1714]

en ti como una luz que se refleja,

examinado un poco por mis ojos, 129



en su interior, de igual color pintada,

me pareció que estaba nuestra efigie:

y por ello mi vista en él ponía. 132



Cual el geómetra todo entregado

al cuadrado del círculo, y no encuentra,

pensando, ese principio que precisa, 135



estaba yo con esta visión nueva:

quería ver el modo en que se unía

al círculo la imagen y en qué sitio; 138[L1715]



pero mis alas no eran para ello:

si en mi mente no hubiera golpeado

un fulgor que sus ansias satisfizo. 141[L1716]



Faltan fuerzas a la alta fantasía;

mas ya mi voluntad y mi deseo

giraban como ruedas que impulsaba 144

Aquel que mueve el sol y las estrellas.

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Vicente Huidobro
Pasión, Pasión y Muerte


Señor, hoy es el aniversario de tu muerte.
Hace veintiséis años tú estabas en una cruz
Sobre una colina llena de gente.
Entre el cielo y la tierra tus ojos eran toda la luz.
Gota a gota sangraste sobre la historia.
Desde entonces un arroyo rojo atraviesa los siglos regando nuestra memoria.

Las horas se pararon ante el umbral extrahumano.
El tiempo quedó clavado con tus pies y tus manos.

Aquellos martillazos resuenan todavía,
Como si alguien llamara las puertas de la vida.
Señor, perdóname si te hablo en un lenguaje profano,
Mas no podría hablarte de otro modo, pues soy esencialmente pagano.

Por si acaso eres Dios, vengo a pedirte una cosa
En olas rimadas con fatigas de prosa.

Hay en el mundo una mujer, acaso la más triste, sin duda la más bella,

Protégela, Señor, sin vacilar; es ella.
Y si eres realmente Dios y puedes más que mi amor,
Ayúdame a cuidarla de todos los peligros, Señor .

Señor, te estoy mirando con los brazos abiertos.
Quisieras estrechar todos los hombres y todo el universo.

Señor. cuando doblaste tu cabeza sobre la eternidad
Las gentes no sabían si era de tus ojos que brotaba la obscuridad.

Las estrellas se fueron una a una en silencio
Y la luna no hallaba cómo esconderse detrás de los cerros.

Se rasgaron las cortinas del cielo
Cuando pasaba tu alma al vuelo,
Y yo sé lo que se vio detrás; no fue una estrella,
Señor; fue la cara más bella.
La misma que verías al momento
Si rompieras la carne de mi pecho.

Como tú Señor, tengo los brazos abiertos aguardándola a ella;
Así lo he prometido y me fatigan tantos siglos de espera.

Se me caen los brazos como aspas rotas sobre la tierra¬
¿No podrías, Señor, adelantar la fecha ?

Señor; en la noche de tu cielo ha pasado un aerolito
Llevándose un voto suyo y su mirada al fondo del infinito.
Hasta el fin de los siglos seguirá rodando nuestro anhelo allí escrito.

Señor, ahora de verdad estoy enfermo,
Una angustia insufrible me está mascando el pecho.
Y ese aerolito me señala el camino.
Amarró nuestras vidas en un solo destino.
Nos ha enlazado el alma mejor que todo anillo.

Señor, ella es débil y tenue como un ramo de sollozos.
Mirarla es un vértigo de estrellas en el fondo de un pozo.

Los ruiseñores del delirio cantaban en sus besos.
Se llenaba de fiebre el tubo de los huesos.

Alguien plantó en su alma viles hierbas de duda y ya no cree en mí.
Pruébame que eres Dios y en tres días de plazo llévame de aquí.

Quiero evadirme de mí mismo.
Mi espíritu está ciego y rueda entre planetas llenos de cataclismos.

Mi vida también sangra sobre la nieve,
Como un lobo herido que hace temblar la noche cada vez que se mueve.

Estoy crucificado sobre todas las cimas.
Me clava el corazón una corona de espinas.

Las lanzas de sus ojos me hieren el costado
y un reguero de sangre sobre el silencio te dirá que he pasado.

Hace unos cuantos meses, Señor, abandoné mi viejo París.
Un extraño destino me traía a sufrir en mi país.

Hace frío, hace frío. El viento empuja el frío sobre nuestros caminos

Y los astros enrollan la noche girando como molinos.

Señor, piensa en los pobres inmigrantes que vienen hacia Américas de oro

Y encuentran un sepulcro en vez de cajas de tesoros.

Ellos impregnan las olas del ritmo de sus cantares,
La tempestad de sus almas es más horrenda que la de todos los mares.

Míralos como lloran por los seres que no verán más;
Les gritan en la noche todas las cosas que dejaron atrás.

Señor, piensa en las pobrecitas que sufren al humillar su carne,
Las nuevas Magdalenas que hoy lloran el dolor de tu madre.

Agazapadas al fondo de la angustia de su absurda Babel,
Beben lentamente grandes vasos de hiel.

Señor, piensa en las espirales de los naufragios anónimos,
En los sueños truncados que estallan en pedazos de bólido.

Piensa en los ciegos que tienen los párpados llenos de música y lloran por los ojos de su violín.
Ellos frotan sus arcos sobre la vida en una amargura sin fin.

Señor, te he visto sangrando en los vitraux de Chartres,
Como mil mariposas que hacia los sueños parten.

Señor, en Venecia he visto tu rostro bizantino
Un día en que el aire se rompía de besos y de vino.

Las góndolas pasaban cantando como nidos,
Entre las ramas de olas, siguiendo nuestras risas hacia el Lido.
Y tú quedabas solo en San Marcos, aspirando las selvas de oracio¬nes.

Que crecen a tus plantas en todas las estaciones.

Señor, te he visto en un icono, obra de un monje servio que al pintar tus espinas
Sentía toda el alma llena de golondrinas,

En la historia del mundo, ¿qué significas tú?
Hace año y medio discutí este tema en un café de Moscú.

Un sabio ruso no te daba mayor importancia,
Yo decía haber creído en ti en mi infancia,

Una bailarina célebre por su belleza
Decía que tú eres solamente un cuento de tristeza.

Todos te negaron y ningún gallo cantó:
Acaso Pedro oyéndonos lloró.

Y al fondo de una vieja Biblia tu sermón de la montaña
Seguía resonando de una manera extraña.

Señor, yo también tengo mi vía dolorosa, mis caídas y mi pasión;
Saltando meridianos como un tigre herido, sangra y aúlla mi cora¬zón.

Reina el amor en todas sus espléndidas catástrofes internas,
Mil rubíes al fondo del cerebro atruenan ,
y las plantas del deseo bordan el aire de estas noches eternas.

Poeta, poeta esclavo de aventuras y de algún sortilegio,
Soporto como tú la vida, el mayor sacrilegio.

Señor, lo único que vale en la vida es la pasión.
Vivimos para uno que otro momento de exaltación.

Un precipicio de suspiros se abre a mis pies; me detengo y vacilo.
Luego como un sonámbulo atravieso el mundo en equilibrio.

Señor, qué te importa lo que digan los hombres.
Al fondo de la historia
Eres un crepúsculo clavado en un madero de dolor y de gloria,

Y el arroyo de sangre que brotó en tu costado
Todavía, Señor, no se ha estancado.


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