jueves, 7 de enero de 2010

El Descubrimiento de las Leyes de la Perspectiva

[©SmcArq] Debió resultar realmente impresionante encontrarse con la ley del mundo volcada con toda la precisión que se deseara sobre telas, muros y papeles donde, por obra y gracia de su aplicación, se establecía la severa e ineludible profundidad, como un hecho perfectamente reconocible y acaso exigible. El texto que a continuación se presenta, es una suerte de especulación personal sobre los alcances de este fenómeno, descubierto plenamente en el renacimiento.

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Aparente simpleza del principio

Alguien o algunos renacentistas terminaron por atraparla, por ahí por el siglo XV, según se dice. Pero lo que más se dice es que fue Filippo Brunelleschi quien se encontrara con ella estando ante el Baptisterio de San Juan en Florencia, Italia.

En suma se la logra dibujar, en su más simple poder generador, fijando un punto preferentemente en el centro de un cuadrado de papel desde el cual trazar dos líneas inclinadas que lleguen hasta uno solo de los bordes laterales de la hoja, simétricamente dispuestas una en relación a la otra, tomando como eje de simetría a la línea horizontal que pasa por el punto aludido.

Con un mínimo de imaginación podemos decir que las dos líneas trazadas son la proyección desde la proximidad al infinito de convergencia de un imaginario lienzo cuadrado, que se deforma como la punta de una flecha, apuntando hacia la línea horizontal aludida, que llamaremos “línea de horizonte”.

Bastará trazar dos líneas verticales separadas lo que se quiera dentro de la hoja, que intercepten evidentemente a las dos líneas que convergen hacia el que llamaremos “punto de fuga”, para tener la configuración virtual de un plano que “sabemos” cuadrado y “fugado” hacia la lejanía.
Tal cuadrado en la práctica será, en la representación “fugada” hacia el horizonte, un trapecio regular, cuyas paralelas estarán una más cerca y la otra más distante.

Pero cuando nada de esto existía, solo se dibujaba intentando atrapar discontinuamente tal efecto. Y, evidentemente, no fue Filippo Brunelleschi quien lo vio primero (Piero Della Francesca anteriormente, y otros más se acercaron al aludido milagro de aproximación empírica hacia tal fenómeno que hoy llamamos con toda soltura de cuerpo “perspectiva”).

El asunto es que nadie, anteriormente a quienes arribaron a sus leyes principales, pudieron ver tal continuo como un proceso de deformación según una ley perfecta y construible. El enunciando de las leyes de la perspectiva durante el Renacimiento fue una revolución cumbre en la historia de la humanidad. El reinado de estas leyes duró siglos, y tal predominio no necesariamente fue tan minucioso cuadro a cuadro, pintura a pintura y mural a mural, pero la destreza de tal registro debió ser siempre fiel a un cierto límite de credibilidad, de manera tal de ser aquel registro el sine qua non del logro básico de una manifestación artística que, por cierto, en la proximidad tendía a ser más “alzado” desde la mano, y en los registros de mayores extensiones debía ser más instrumentalmente asertivo y preciso.

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Trasfondo subjetivo reinante

Pero el meollo de todo esto está en el enraizamiento de estas leyes en la mirada del hombre.

Con tal predominancia de la profundidad objetiva explícita, surgieron otras prioridades al ver, al proyectar y al pensar el mundo donde habitábamos. El frontis dejó de ser “La Fachada Reinante” en la existencia de las ciudades, y su traspaso aminorado al urbanismo debió permitir ver y reparar la profundidad en el continuo del espacio, por kilómetros de extensión, donde la horizontal (que vendría a ser la abstracta y simbólica representación de la frontalidad del Dios omnipresente hasta esos tiempos) ya no era sino la manifestación del transcurso de un continuo, según los puntos cardinales, y no la epifanía de un orden divino de la faz del Supremo Hacedor, como reinante desde y hacia quien ante tal elemento se enfrenta.

Es casi natural y permisible pensar en que, acaso, la humanización del hombre, donde Dios era una opción, abrió al mundo de los sentidos al continuo del mundo desjerarquizado, exterior a su propia subjetividad enceguecedora, donde la horizontal, la vertical y sus intermediarias constituían un todo, capaz de registrarse como un hecho encadenado sistémico y configurador de un exterior perfectamente registrable desde el fenómeno que, poco a poco, se iba desvelando.

Me imagino el maravillamiento de los primeros constructores de perspectivas, tal como debió haber sido aquella primera y mítica sorpresa de Kandinsky cuando vio la belleza en un cuadro que no parecía representar nada; al igual que la satisfacción de Picasso cuando encontró en sus “Señoritas de Aviñón” la sinergia necesaria entre las toscas y facetadas esculturas africanas y su intuitiva y aún no manifestada necesidad de ver-lo-que-sabía-para-pintarlo (“no pinto lo que veo; pinto lo que sé”), por sobre el registro, del cual la fotografía y el cine bien podían hacerse cargo.







El descubrimiento de las leyes que rigen al fenómeno de la perspectiva (1), es un punto de inflexión clave en la historia del Arte. Otro punto clave es la invención de la fotografía (2). Otro, la invención del cubismo (3). Y otro más es la superposición de planos en secuencias temporalmente distanciadas y ordenadas según un criterio específico, inauguralmente artístico o documental, o ambas cosas a la vez (hablamos del cine) (4).


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