miércoles, 30 de mayo de 2012

Explosiones de Cometas y Soberana Estupidez Endémica

[De mi antigua bitácora. Fecha original de Publicación 22 de Marzo de 2006]

©SmcArq] Mil Novecientos Ocho. Se dice, se piensa que un trozo de cometa de unos cien metros de diámetro y de un millón de toneladas explotó a cierta altura del suelo. No hubo cráter, solo devastación tras la onda de choque. El lugar, Tunguska en la Siberia de la Rusia Imperial.
 
Quien pudiera haber estado por ahí cerca ya no existió más. Vestigios materiales extraterrestres, pocos, por no decir ninguno, toda vez que la primera expedición científica seria que se pudo realizar, liderada por L. A. Kulik, ocurrió diez años después de la caída de los zares, cuando las lluvias de una década lavaron la desolación del bosque tumbado como maleza bajo el cuerpo de una vaca perezosa. Las coordenadas exactas en Google Hearth no arrojan una textura de las imágenes en el lugar que permitan verificar señales de escala geográfica de importancia. Vale agregar que no quedó cráter producto de lo ocurrido. Ya todo, a casi cien años de tiempo transcurrido debe estar reforestado por efecto del hombre o de la naturaleza. Estamos hablando de Siberia. Radiactividad no se encontró cuando se la pudo medir.
Pueden ocurrir millones de estupideces en el mundo primero que cosas así, ante las cuales todos corren a ver y a averiguar, pero una explosión a escala o percepción de lo que hoy conocemos como una bomba atómica no; el bosque de la taiga fue devastado, hubo incendios forestales de kilómetros de extensión, pero registro inmediato o mediato del hecho no se realizó. Los zares deben haber estado más preocupados de sus condenados huevos-joyero que su bienamado Fabergé les confeccionaba, que de ir a ver cuantos cristianos habían perecido o se habían fastidiado por el ya célebre “Acontecimiento de Tunguska”. Este solo hecho muestra que sus altezas reales se hicieron solitos la cama de la sanguinaria Revolución Bolchevique. La historia de la humanidad está hecha en gran medida de “autopases”.

“Si queréis concebir el infinito, pensad en la estupidez humana” dijo alguien (según los buscadores fue Einstein), y vaya si le encuentro la razón. Pero esta estupidez a la que aludimos, … ¿Dónde se aloja, que persiste y persiste en calidad de eterno convidado de piedra?

Intentemos alguna explicación razonable:

¿El miedo a encontrar algo sobre lo cual no hay capacidad de hacerse cargo? 

Los Zares no sabían, desde su cultura religiosa, nada de lo que ahora hablamos acerca del posible cometa y de los alcances de un estudio serio al respecto. Esto nos lleva a lo siguiente otra vez; para alcanzar a intuir los alcances de algo, hay que tener una visión del futuro basada en el progreso del conocimiento; “si los Romanoff de hoy no se interesan , si lo harán nuestros descendientes, los que al parecer estarán por siempre firmemente asentados sobre sus prerrogativas”. Y este es el punto. Al parecer el futuro no interesaba a una dinastía que desde Pedro El Grande venía haciéndose de un poder eterno por definición y esencia. Pedro (el Grande) refundó la Rusia Imperial desde el convencimiento basado en tener torcida la cabeza hacia occidente. “Occidente da la pauta, y hay que hacer las cosas a su modo, así que me voy a la Europa celebérrima a conocer a un tal Isaac, que anda descomponiendo la luz, mientras se sana de los manzanazos iluminadores que le acontecieran bajo el árbol de la convalecencia”.

 Todo parece indicar que la complacencia es peligrosa para la propia estabilidad.

Cosa que no ha sido difícil de concluir, generalizando, desde el punto de vista de la intentona nefasta de tapar los cometas con la punta del dedo que nos sobra de sujetar las joyas que nos encandilan, no obstante nos revienten en la propias y reales narices dentro del patio trasero del reino que acumulamos pero no cultivamos.
Lección soberana para todos, que de una manera u otra reinamos sobre las tierras de nuestro espíritu indómito y humanamente proclive a estarse a las espaldas de la realidad; esa de la que renegamos y nos resistimos a asumir, envanecidos en nuestras capacidades intelectuales o corporales, para no ver, no percibir y no caer en la cuenta de las Tunguskas que languidecen en nuestra vida.

 Lo digo y me lo digo; no hay escuela como el mundo real de las cosas comunes y corrientes, sumadas a un estudio concienzudo de las leyes que lo gobiernan. Esta es la regla del descubrimiento que me aconsejo.

Para lo demás no estoy, y por último no puedo.

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